Montoro de montería

03 ago 2025 / 18:54 H.
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Cristóbal Montoro es muy aficionado a la equitación y, en cierta ocasión, se cayó del caballo, sufrió lesiones importantes, y en el sillón de su despacho en el Ministerio de Hacienda debía sentarse sobre un flotador para aminorar los dolores del trasero. Y nada más peligroso que un ministro sentado sobre un flotador en el ejercicio de sus obligaciones. Montoro siempre fue puntual y meticuloso en el trabajo. Lo aprendió desde niño. Pertenecía a una familia de escasos recursos económicos de la provincia de Jaén, y con becas y esfuerzo aprobó los estudios, alumno brillante, y posteriormente fue ascendiendo aplicadamente, hombre listo, hasta acceder a la cumbre. Montoro, pues, conoce el sufrimiento desde el pupitre jiennense hasta el Ministerio de Hacienda. No como don Agustín de Foxá, que un buen día dijo: “Soy conde, soy rico, soy gordo, soy embajador, soy feliz. Y todavía me preguntan que por qué soy de derechas. ¿Pues qué coños quieren que sea?”.

Montoro se hizo a sí mismo, ya está dicho. La meritocracia funcionaba (al menos cuando entonces). Dicen que en su juventud podían confundirlo incluso con un socialdemócrata. Pero un germen desconocido, aseguran, le envenenó la sangre. “De la persona afable pasó al personaje más cáustico, envalentonado, que incluso en algunas ocasiones se atrevía a amenazar desde la tribuna”, ha escrito Antonio Maqueda en ‘El País’. Y físicamente fue adquiriendo cierto parecido con los actores que interpretaron al Conde Drácula. Con los colmillos humeantes de sangre lo representaban algunos humoristas en las viñetas de los periódicos. Cuando la Gran Recesión, en un momento crítico de la reciente historia de España, subió los impuestos y bajó los sueldos, y se convirtió en el ideólogo de aquel envenenado y reiterado mensaje gubernamental de que los españoles habíamos vivido alegremente por encima de nuestras posibilidades, de que los ciudadanos eran unos desahogados, y de ahí aquella crisis económica que nos arrollaba desde 2008 como un tsunami. Pero mientras la prima de riesgo arruinaba a decenas de miles de personas, el exministro creaba presuntamente una red de influencias que sirvió para favorecer a empresas gasistas, renovables y eléctricas. Montoro se jactaba de servir el bien público y defender la caja mientras engordaba su propia cartera. Ya interpretaba decididamente al Conde Drácula. A Montoro lo esperan ahora con las uñas afiladas los suyos, sí, sobre todo los suyos, desde Rodrigo Rato a Esperanza Aguirre, y otros, pero observan con desasosiego que deben moderarse en sus manifestaciones contra el exministro, porque el declarado como enemigo común del PP es Sánchez y el sanchismo. Jaén ha dado a David Uclés y Antonio Muñoz Molina, a Joaquín Sabina y Raphael, por su puesto a la gran Karina, pero también a Cristóbal Montoro. Alianza y condena, que escribió el excelente poeta Claudio Rodríguez. Además, Montoro ha reaparecido de entre los tiempos con un inoportunismo feroz para el PP, que había logrado por fin arrinconar sobre las cuerdas a Pedro Sánchez en el momento más crítico del mandato socialista, cercado el presidente por el ‘trío tóxico Cerdán/Koldo/Ábalos’, pero la irrupción inesperada de Montoro ha dado oxígeno a Sánchez y al PSOE hasta reconducir el asunto a lo que ha expresado un diputado popular: “Nos han empatado en el último minuto”. Sánchez respira, ha llegado agosto, el ‘ferragosto’ de las pausas políticas, y este verano se distraerá viendo alguna película clásica de vampiros. Ni tan mal.

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