Momias y tamareos
Todos habitamos muchas vidas. Recientemente, me he reencontrado con viejos amigos que aún permanecen en ese lugar mágico en el que el pasado se hace presente, en el que el fluir del tiempo recula, incapaz de secuestrar lo vivido. Y al observar los rostros de mis amigos, sus rostros de ahora y los de entonces, los susurros en la mente se convierten en alegre algarabía y los recuerdos se agolpan para retratar momentos de aquella otra vida, con sus risas y pesares, con sus esperanzas y sueños, conjuntando un álbum etéreo, pero consistente, de lo que ellos y yo fuimos. Cada cual con sus tormentas, sus inevitables dudas, todos con la cafetera de las rutinas y las preocupaciones burbujeando en la cocina. Han pasado muchos años y, sin embargo, sentados en una mesa alrededor de nosotros mismos, ante mis ojos desfilan estudiantes de la vida y no padres de familia, comisarios de la noche y no madrugadores del ansia. Sin dejar de serlo, no somos las mismas personas y transitamos nuestro día a día por distintos andenes de ida y vuelta. Pero, a veces, al coincidir en la cantina de la misma estación, nos reconocemos, nos saludamos y nos sonreímos, deseándonos siempre lo mejor.