Mentes rocambolescas

18 jun 2020 / 13:19 H.
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De siempre, en todas las épocas, hubo personajes que tuvieron una mente rocambolesca, desbordante de ideas picarescas y delirantes capaces de cualquier cosa. Mentes fuera de lo común que se dedicaron al fraude, la estafa, el engaño, pero de una manera refinada, sutil, que, aunque a los perjudicados fastidia, al resto del personal, vistas sus faenas desde la distancia, divierten. Quizás el elemento más reciente de esta especie lo tengamos en José Antonio Avilés, que se dio a conocer popularmente en la reciente edición de “Supervivientes” y que, en tan corto espacio de tiempo, se ha definido como un embaucador capaz de engañar hasta a su propia sombra por un puñado de euros. No hace demasiado tiempo fue el conocido como el pequeño Nicolás quien sorprendía con sus ideas disparatadas de grandeza. Hay quienes dicen que esta manera de emplear la imaginación es fruto de una enfermedad. No me extrañaría nada porque hacer lo que hace Avilés, aunque de principio tenga algún recorrido, al final todo se sabe.

Yo tuve un gran amigo que poseía una de estas inteligencias privilegiadas y rocambolescas. Un jiennense de una gran presencia que le ayudaba mucho a ser convincente en sus negocios. Vivía en Madrid, pero cuando venía a Jaén lo hacía en un coche vistoso y conducido por un chófer con gorra e impecablemente uniformado. Este hombre era Antonio Horna López, quien aquí, en su ciudad, con sus amigos y paisanos, se comportaba de la manera más cordial y asequible que pueda darse. La familia Horna era muy popular en Jaén, aunque de los cuatro hermanos varones —Joaquín, Antonio, Manolo y Pepe— Antonio era el más relevante por las increíbles historias que se contaban de cómo forjaba acuerdos y hacía negocios empleando una picaresca que embaucaba. Antonio Horna protagonizó anécdotas y situaciones inverosímiles como para haber escrito un libro muy gordo, tan gordo como el enorme cuaderno de recuerdo a la obra de Goya que él publicó. Pero quizás su picaresca era más propicia para contarla verbalmente que para escribirla.

Antonio Horna fundó la Asociación Española de Amigos de Goya y tuvo la gentileza de obsequiarme el mencionado libro, además de concederme la medalla conmemorativa, que me envió el 17 de mayo de 1985 —día de mi cumpleaños— y que conservo con mucho cariño y agradecimiento. Como amigo era ejemplo de lealtad y generosidad y a mí me concedió muchos momentos de alegría, de buen humor, ya que en los últimos años de su vida, siempre que venía a su Jaén, yo estaba entre los amigos que citaba para tomar unas copas, casi siempre en el Montemar, propiedad de Carlos Guerrero, sin duda el lugar donde se reunían las tertulias más relevantes de Jaén.

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