Más pallá que pacá

    08 abr 2025 / 09:14 H.
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    Este lunes, 7 de abril, celebramos el Día Mundial de la Salud. Y quizás sea el momento perfecto para abrir una conversación necesaria, aunque incómoda: ¿cómo es posible que muchas personas al frente de instituciones, empresas o gobiernos tomen decisiones que parecen sacadas de un mal sketch de comedia? ¿Qué está pasando con la salud mental de quienes toman decisiones relevantes en nuestra vida?

    La sensación —cada vez más extendida— es que algo no cuadra. Que estamos en manos de personas desbordadas, desconectadas, impulsivas, o como diría cualquier jiennense con buen humor “con la cabeza más pallá que pacá”. Y no lo digo desde el juicio fácil, sino desde la preocupación ciudadana. Porque la toma de decisiones públicas y privadas debería estar guiada por la sensatez, la empatía y la capacidad de pensar a largo plazo. Sin embargo, lo que vemos en demasiadas ocasiones son decisiones arbitrarias, narcisistas, viscerales y, por qué no decirlo, peligrosas.

    Un dato para la reflexión: según un estudio publicado por la revista The Lancet Psychiatry, los políticos activos presentan tasas de ansiedad y depresión un 30% más altas que la media de la población. En el mundo empresarial, la Asociación Española de Directivos estima que uno de cada cinco directivos sufre algún tipo de trastorno relacionado con el estrés crónico, y que un 12% ha requerido ayuda psicológica en el último año. Son cifras preocupantes que evidencian que liderar sin salud mental no es solo ineficaz: es arriesgado para todos.

    En el ámbito político, el oficio se ha vuelto especialmente ingrato. Los líderes públicos soportan una presión constante, una exposición implacable en redes y una falta absoluta de privacidad. No es casualidad que líderes internacionales como Jacinda Ardern (ex primera ministra de Nueva Zelanda), Nicola Sturgeon (ex ministra principal de Escocia) o Jakob Ellemann-Jensen (ex viceprimer ministro de Dinamarca) hayan abandonado la política en los últimos años alegando motivos personales relacionados con el desgaste mental.

    ¿Y en España? Aquí apenas se habla de este tema. Casi nadie parece atreverse a reconocer públicamente que necesita parar, descansar, cuidarse. La presión por proyectar una imagen de fortaleza permanente es tan alta que admitir fragilidad equivale a bajarse del tren. Pero mientras tanto, el desgaste hace mella.

    Y si miramos al mundo de la empresa, el panorama no es mucho mejor. El psiquiatra Eduard Vieta lo resume así: “Un líder nunca es un buen líder si no tiene una buena salud mental”.

    A veces, la cosa roza lo cómico. Hace poco me contaban, entre risas, el caso de un alto cargo que decidió organizar una campaña de marketing para promocionar el turismo de montaña... ¡en plena ola de calor y con senderos cerrados por riesgo de incendio! El problema no fue solo la falta de conexión con la realidad, sino la incapacidad del equipo para cuestionar la ocurrencia. Porque claro, nadie quería “llevarle la contraria al jefe”. Y así vamos

    ¿Y qué hacemos con esto? Lo primero debiera ser aceptar que necesitamos incorporar criterios de salud mental y emocional en la selección, formación y acompañamiento de quienes lideran. Esto no significa pasar test psicológicos para ser concejal o director de recursos humanos, pero sí reconocer que el equilibrio emocional no es un extra, es un requisito. Como lo es saber leer un presupuesto o coordinar un equipo.

    Y lo segundo, y más difícil: cambiar el clima. Porque en política y en empresa hemos normalizado la presión deshumanizante y el ritmo imposible. Urge construir una cultura donde se valoren el descanso y la empatía.

    En Jaén, donde todos nos conocemos, donde los equipos pequeños sacan adelante cosas grandes y donde el liderazgo se ejerce muchas veces desde el barro, sabemos que estar bien para decidir bien no es un lujo: es una necesidad. Y también es una responsabilidad. Porque gobernar, dirigir o liderar es cosa seria. Y para tomarse en serio la realidad, primero hay que estar bien. De la cabeza también.



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