Mariposas de difuntos

    02 nov 2025 / 09:04 H.
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    Cada primero de noviembre, festividad de todos los Santos, nos levantábamos temprano y después del desayuno íbamos a casa de mis tíos, desde allí salíamos todos juntos de viaje hasta el cementerio del pueblo de mi madre. Más de una hora después nos reuníamos con otros familiares frente a los nichos de mis abuelos para decirles, con el lenguaje de las flores, que siguen presentes en nuestra memoria. Después del almuerzo y ya de vuelta en la ciudad la gente de mi barrio acudía de visita a casa de aquellos vecinos que durante los meses pasados del año en curso habían perdido a un familiar o allegado. Aquella tarde y aún vestidos de domingo, los niños jugábamos en la plazoleta sin apenas hacer ruido y cuando el sol se iba nos sentábamos en un banco a contar historias de miedo mientras desde la espadaña de la iglesia tocaban a difunto las campanas. Ya bien de noche, con la barriga llena y antes de irnos a la cama, mi madre cogía un tazón lo llenaba de agua y aceite y con cuidado posaba una a una las mariposas encendidas sobre la mezcla templada del tazón. Las lamparillas flotaban vivas llenando de sombras el techo del salón, hasta que se acababa el aceite y amanecía.

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