Malos perdedores

29 jun 2016 / 17:00 H.

Desde que existe la democracia en España, no he visto nunca que, tras unas elecciones, alguno de los partidos reconozca abiertamente que ha perdido. Siempre buscan alguna excusa para sacar pecho y no aceptar el fracaso. En realidad, la mayoría de los candidatos son malos perdedores y, los actuales, peores que ninguno. No saben reconocer que la falta de un programa de fuerza, convincente y alentador y que los resultados negativos han venido propiciados por su negligencia a la hora de saber pactar para formar un gobierno, que para eso son las elecciones.

Todos han puesto sus ambiciones personales a la causa común de España. Y lo peor es que siguen empecinados en mantener esa postura anti-Rajoy como cosa personal. Y eso se parece a un demócrata como un huevo a una castaña. La posición de Rivera y Sánchez, dos perdedores, es aberrante. Siguen en sus trece de no apoyar a un gobierno presidido por Rajoy. O sea, que parece que serían felices si fuerzan unas terceras elecciones, con un grado de insensatez que les priva ver que serían la total destrucción de sus partidos. Grandes pesos pesados del socialismo, como Ibarra y Fernández Vara, han declarado que el PSOE debe estar —a tenor de las urnas— en la oposición, sin más, y desde allí trabajar para volver a ganarse la confianza de los españoles. Joaquín Leguina, socialista que fue el primer presidente de la Comunidad de Madrid, declaró en la noche del lunes, que si Pedro Sánchez daba lugar a que hubiera unas nuevas elecciones, él mismo votaría a Mariano Rajoy. ¿A qué juegan entonces? ¿Les importa España?

Más de una vez he dicho que Rajoy estaba ahogando las posibilidades de su partido. Pero en el PP tienen confianza en él y los populares han vuelto a ganar las elecciones, esta vez con más mayoría.

Pues hay que aceptar la voluntad de la mayoría de los españoles y nadie es quien para decidir quien debe liderar cada partido. España necesita un gobierno estable y pueden estar seguros quienes no colaboren a que así sea de que están cavando su propia sepultura política. Porque en unas terceras elecciones no es que las urnas hablasen, sino que los gritos se iban a escuchar en la Conchinchina. Ya está bien de caprichos. Mejor es ser coherentes, renunciar a lo que los votantes no les conceden y vamos a arrimar el hombro todos juntos.