Los pavos de Navidad

    04 dic 2019 / 10:00 H.
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    Aquella Navidad de la posguerra fue negativa en todos los aspectos. El pobre, con comer sardinas, lentejas con gorgozos, y algún que otro, más bien pocos, polvorones baratos del horno Cinchilla... Ya digo, el hambre galopante mordía en nuestras carnes como perro rabioso. Manadas numerosas de pavos, eran unos pocos los que podrían comprarlos, sentaban sus reales posaderos en la calle Joaquín Tenorio, esquina de la Diputación, junto en la puerta de la Gota de Leche y el achacoso Plaza de Abastos de San Francisco. Entonces, los pavos eran un bien que estaba prohibido para más de la mitad de Jaén. Entonces, la olla solo hervía con un puñado de garbanzos, sin carne, tocino y morcilla, porque eso era un lujo que casi nadie se podía costear. Mi villancico lo dejó claro cuando lo escribí: “La Navidad del pobre, comerse lo que a otros le sobre”. Y allí seguían los pavos, esperando el pavero que los tenía a coger la romanilla y venderlos por kilos. Esto me retrotae a tiempos duros como el pedernal, y todo fue porque hermanos contra hermanos se llevaron a garrotazo limpio y con el Mauser en la mano.

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