Los hermanos Machado

13 abr 2025 / 09:33 H.
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He releído “Campos de Castilla”. Maravillosa. Y he retomado las notas sobre una función en torno a los Machado vista recientemente. “Los hermanos Machado” es una obra que emociona, que traspasa, sustentada en la fortaleza de un texto colosal de Alfonso Plou, con palabras recogidas a veces de versos y otros escritos de estos poetas, y una interpretación precisa, herida, humana, de Carlos Martín, Félix Martín y Alba Gallego. Teatro de pensamiento, de palabra y de sentimientos. Con las eternas dos Españas sobre el escenario. Que otorgan la razón a quien afirmó que el teatro siempre es presente. La obra, del legendario Teatro del Temple, lleva más de tres años de gira por toda España, se representó en el Bellas Artes de Madrid, y continúa su travesía de caminantes haciendo camino al andar. Ahora parece más de actualidad que nunca, aunque todo transcurra en el pasado. España, sí.

Manuel Machado regresa a la casa familiar madrileña cuando concluye la Guerra Civil. “Ya estoy aquí, con los vencedores”, se jacta. “Hay que ver don Manuel, con lo republicano que usted era”, le replica la muchacha que voluntariamente ha cuidado durante esos años de la casa. Manuel lleva en el bolsillo de la chaqueta el poema “Copla al Caudillo”: “Es mi salvoconducto”, afirma. En Burgos estuvo encarcelado y se vio casi frente al pelotón de fusilamiento, pero la mediación de su mujer, Eulalia, con los falangistas, lo salvó del presidio. A cambio: Manuel tuvo que volcar su talento en escribir una loa tras otra a Franco, José Antonio y la Falange. “Tengo un gran amor a España y una idea de España completamente negativa”, afirma. Allí, en la casa, se le aparece su hermano Antonio, que ya ha muerto en su amargo exilio de Colliure, en Francia, como la madre, y surgen ácidas y dolorosas críticas entre uno y otro, alguien dice con razón, “ten cuidado con las palabras del poeta que son flor que guarda espinas”, pero se irán imponiendo los recuerdos, el cariño: la sangre. Hay en la obra continuas vueltas al pasado. Como al éxito teatral de “La Lola se va a los puertos”, que los hermanos escribieron a cuatro manos, y los visita la extraordinaria actriz Lola Membrives para comunicarles que a la función número 100 asistirá Primo de Rivera. Antonio acepta acudir muy a regañadientes a esa función, aunque prefiere al dictador antes que “al Borbón”. Y por el escenario pasarán también Valle Inclán, Rubén Darío, y se mencionará con dolor a Miguel Hernández, que agoniza en la cárcel, y a Federico (García Lorca), que tocó el piano en un lejano recital de Antonio. Machado dedicó a Federico un poema estremecedor (no se cita en la función): “Se le vio, caminando entre fusiles,/por una calle larga,/salir al campo frío,/aún con estrellas de la madrugada./Mataron a Federico/cuando la luz asomaba./El pelotón de verdugos/no osó mirarle a la cara./Todos cerraron los ojos;/rezaron: ¡ni Dios te salva!/Muerto cayó Federico/-sangre en la frente y plomo en las entrañas-/...Que fue en Granada el crimen/sabed -¡pobre Granada!-/en su Granada”. Hace muchos años, a finales de los 70, vi en el Teatro Bellas Artes “La velada en Benicarló”, de Manuel Azaña, un monólogo protagonizado por un jovencísimo José Luis Gómez. Siempre he recordado aquella obra. Con semejante ímpetu, y desde el mismo escenario, recuerdo esta conmovedora, sutil, inteligente y maravillosa función: “Los hermanos Machado”. Lo ha dicho el escritor Juan Manuel de Prada: “Leer “Campos de Castilla” puede cambiar la vida de una persona”.




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