Los espacios vacíos

    27 feb 2022 / 16:18 H.
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    Resulta admirable y hasta alentador, encontrarse, aunque sea muy de vez en cuando, con personas que logran transmitir con su actitud, su natural bonhomía o su talante de equilibrado optimismo, ese aliento esencial y necesario que se necesita para colmar con algún atisbo de luz aquellos espacios vacíos, esos terrenos yermos que la propia y compleja sustancialidad de la vida nos van procurando. No tengo los nombres de estas personas, porque no son siempre las mismas personas, ni siempre están. Puede incluso que seamos todos en algún momento aislado, buscando algún consuelo íntimo, en el afán de sobrevivirnos, porque nos resistimos a reconocernos desvalidos y abismados, o porque no alcanzamos a percibir los artificios del espejismo. Puede que necesitemos creer por una simple necesidad biológica e irracional. Sean los que sean los inescrutables resortes que nos mueven, hay que echarle bemoles o ejercitar una estúpida indolencia para no flaquear en el intento de mantenerse a flote en este naufragio del cual parece que no sabemos salir. Hay sitios feos en la vida que no se pueden eludir, pero hay otros tantos más, que los encochinamos motu proprio, de donde se deduce sin mucho esfuerzo, que persistimos en la tontucia. Continuamos dejando que los espacios vacíos se colmen con más inmundicias que alegrías. No hay nada más que contemplarnos en lo que llevamos conseguido en el principio de este bonito siglo veintiuno. Más de lo mismo, pienso. ¿Qué se supone que vamos aprendiendo de esta pandemia tan democrática que se está padeciendo? Creo que nada, y perdonen la tristeza. No hay nada más que ver el panorama político que hoy en día acapara la información mundial; se puede resumir en cuatro palabras: una auténtica mierda panorámica. Hay una proliferación inaudita de ONG, esas organizaciones que en teoría se ocupan de aquellas deficiencias, necesidades y carencias que están ahí, y que todos los gobiernos no pueden ni quieren atender, porque están inmersos en la consecución de esos otros valores mucho más plurales y fundamentales para la evolución armónica y justa de la sociedad. Es muy posible que, con el tiempo, y siempre que el humano en cuestión se lo pueda permitir, tendrá su ONG individual, particular y por supuesto privada, para atender sus necesidades peculiares, como el que tiene su mascota o su ángel de la guarda. Ni ciencias, ni artes, ni filosofías, ni las variadas estructuras económicas experimentadas, parece que puedan paliar la perniciosa solidez de la estulticia humana. Y después de estas risas, tan sólo me queda como consuelo recordar con cariño a mi amigo Manolo Nieto cuando en ocasiones barruntaba: hoy no sé lo que me pasa, estoy hasta contento, ...me temo lo peor. Pero no se inquieten, mantengamos el buen talante, porque es muy factible que tanto el que está escribiendo estas bulerías, como usted lector, al que alabo su paciencia, lo vamos a tener seguramente mucho más claro cuando acabe este siglo.

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