Los dientes del diablo

    23 may 2016 / 10:09 H.

    Es el título, en español, de la película:“The savage innocents”, en la que destaca la perfecta interpretación de Anthony Quinn y del policía que va a detenerlo: Peter O’Toole; así como la que será su esposa,Yoko Tani, en este casi documental sobre el Polo Norte, donde su director y escritor del guion (Nicholas Ray) muestra su más íntima añoranza: vivir en soledad, sin que la sociedad y el hombre blanco contaminen a estos esquimales que viven aislados del resto del mundo, disfrutando de sus costumbres y de su vida en libertad, siempre en lucha con el duro medio en que se desenvuelven. Ray muestra su visión del mundo, su desazón y su forma de pensar mediante un discurso coherente y recurrente, hablándonos de muchas cosas: la esperanza, la compasión, la libertad, el perdón, la vida, la civilización, la soledad, la alegría, la muerte, las dificultades, la inocencia, la brutalidad...

    Nos cuenta una bonita, sencilla y tierna historia: Inuk (Anthony Quinn) es un esquimal que lucha contra la naturaleza por sobrevivir diariamente y que va buscando una compañera con la que reír (en su argot: casarse o compartir su vida); y que, tras diversas peripecias, será Asiak (Yoko Tani), una de las hijas de la anciana Powtee (Marie Yang). Ella pondrá el lado femenino esquimal en la relación y la película, limando la rudeza física y mental de su marido. Luego llegará el hombre blanco para introducir una nueva manera de cazar, más rápida y contundente; así, quedará el protagonista hipotecado con la justicia del hombre occidental; hasta que todo termine como el espectador espera. Una curiosidad: Yoko Tani sale desnuda; algo nada habitual en 1960. Con este filme se recibe una buena lección de antropología cinematográfica que ha resistido bien el paso de los años, pues muestra tanto en sus fotogramas como en los diálogos de sus personajes y sus comportamientos, mucha pedagogía positiva y natural que deja traslucir el tema de la integración sin caer excesivamente en el mito del buen salvaje y plantea al espectador una reflexión sobre el ser humano y “el progreso”; también lo adentra en el mundo desconocido de los Inuits, siendo personas tan nobles que anteponen el bienestar del prójimo al propio y no saben mentir. Las importantes ideas del hombre blanco como “el comercio”, “la ley” y “la religión” parecen efímeras y casi ridículas en un paraje tan incivilizado y hostil como el Ártico, aunque recuerdan la importancia del respeto y la tolerancia de estos opuestos estilos de vida.