Lo que en política, nos queda

    17 abr 2016 / 10:20 H.

    Al igual que existe un inconsciente colectivo que ya figura descrito por la escuela de Jung en los manuales de psicología, me pregunto si cabe hablar también de un estado de depresión generalizado, un síndrome depresivo que va ganando, trinchera a trinchera, la razón de ser o de esperar de toda una clase que ni siquiera alcanza ya la condición de clase porque ya se advierte desclasada. Me refiero al escenario inconcluso que nos ofrecen hoy nuestros líderes electos en las pasadas elecciones, de noviembre. No es (ojalá lo fuese) la sinfonía inacabada de Schubert, porque la negociación que es como la música de los pactos, viene tachoneada de lugares comunes, de tópicos, de groseras descalificaciones. Santos Julia calificó a dos de ellos, como los políticos del no, refiriéndose a Rajoy y Pablo Iglesias. El diario de sesiones de Noviembre de 2015 a Marzo de este año constituyen una ofensa, un baldón a la oratoria del parlamentarismo español. No se puede destrozar al adversario o a aquel que percibes indebidamente como tal, aunque se encuentre en tu mismo campo ideológico. La transversalidad no significa extinción de las ideologías de derechas, de izquierdas y del centro, sino un cambio de criterio de naturaleza sociológica para acogerse a la acción política que más adecuada se considere en cualquier momento.

    Frente a la indolencia forzada de Rajoy, cuya compañía en el camino nadie quiere, toda vez que al más listo puede desaparecerle la cartera, el otro palo de la reflexión es Iglesias, al frente de su formación emergente “Podemos”. Y al segundo, me refiero, singularmente, ya que no puede ni debe compartirse su concepto de democracia que hasta ahora había que entenderlo como procedimiento mediante el cual se alcancen las decisiones políticas. Sus citas de Maquiavelo y de “Juego de Tronos” nos alertan sobre un concepto espúreo de democracia, la cual considera insuficiente como espacio pluralista en el que varios partidos compiten por el voto. Prima, sobre todos, un criterio finalista en cuya virtud democrática se correlaciona con que desaparecen los privilegios de los menos. Pero si estos vencen en las elecciones, la democracia no existe, “La prioridad corresponde al empoderamiento del pueblo guiado por un jefe carismático”. A mí me suena tal reflexión a aquella lejana consigna de mi infancia “Caudillo de las Españas”.

    Uno de los más conspicuos teóricos de esta formación emergente, Monedero, califica la estrategia política de “Podemos” como amable lenilismo”. No está mal o está muy bien para entender el silencio cómplice de Iglesias, sobre el drama venezolano bajo la dirección de Maduro. Esto nos queda, tras ciento y pico de días de teatro, pésimamente interpretado por unos y otros. Que Dios nos coja confesados.