Llega la primavera

16 mar 2017 / 18:06 H.

Vienen días de luz y cambia hasta el humor. Nos estamos preparando para lo mejor, que es justamente lo que está a punto de suceder. Pues, a pesar de todo, ¿Qué nos queda? Uno no puede vivir contra el mundo, pero tampoco es de los que van a favor, girando las velas para donde sople el viento. Debemos optimizar recursos, sacarle partido al camino trazado, seguir la ruta utópica de la buena voluntad. En cualquier caso, sería de necios no estar al tanto de lo que ocurre, necesidades y preocupaciones, inquietudes y voluntades. Sin embargo, hay gente experta en estar enfadada, enrabietada, tensionando las situaciones, incomodando en el día a día. Y ahí se aferran al lenguaje de la resistencia, la obcecación y el cierre en banda, prefiriendo no construir nada antes que ceder una parte. Hay gente experta en la destrucción y la mezquindad, defendiendo sus propios intereses desde su atalaya de mediocridad. Suele repetirse, no sin razón, que cuando sean viejos se convertirán en unos cascarrabias peores de lo que ahora son, pero para entonces, sinceramente, ¿A quién le importarán? Son y serán las personas con las que tendremos que lidiar en el trabajo y en la vida cotidiana, en el bar o en el círculo de amigos y conocidos, en mil facetas de nuestra profesión, o simplemente vecinos. Hay que armarse de paciencia para soportar su toxicidad y, lo que es un reto y una estrategia, como librarse de su nefasta influencia. Se cuelan como un gas por debajo de las puertas, como una culebra entre las hierbas altas, van adentrándose poco a poco en nuestros quehaceres, y se van a apoderando de nuestra energía, nuestras alegrías... Por su parte, enarbolan la bandera de los genios incomprendidos, las injusticias escabrosas y el derecho mal interpretado. Porque tratándose de ellos, de ellos y de su familia, o de sus protegidos, nunca es poco, todo se les debe, y estarán siempre insatisfechos. Cualquier esfuerzo que hagas en su beneficio, no será más que una consignación de lo que se les adeudaba hace años, y el reconocimiento supondrá lo menos, tratándose de ellos... Así es. Por nuestra parte, en el aquí y ahora se halla lo que necesitamos resolver, los casos imperiosos, las luchas y el énfasis de lo que importa. Llegado el caso, lo difícil, aunque no imposible, es quitárselos de encima: Entonces es muy sano decir “no”. Con sus complejidades, porque crean sus círculos, que son los nuestros, en los que se adentran, y echan sus redes, crean sus callejones sin salida, donde no te dejan maniobrar. Pero hay muchísimas más formas aún de decir que no, en efecto, y hay que indagar en la renuncia. “No” como matriz que ahonda por un lado en lo que dejamos, porque a veces renunciamos sabiendo que debemos dejar lo que nos pertenece, y otras veces nos sirve como lucidez para ir asimilando, por vía negativa, una serie de acciones que, de otro modo, no podríamos atrapar. No como futuro sí. O vía de conocimiento: Aprender a través de nuestros errores, aprender de todo lo negativo que nos rodea en un proceso por el que debemos continuamente ser vitalistas y expandir nuestra energía positiva —a pesar de la toxicidad de algunos— frente a los conflictos que nos rodean, y que en ocasiones no nos dejan vivir. Porque también llega la primavera, y llega el sol, y cuando te quitas a esos pelmazos de encima, ¡Que no me diga nadie que no es un alivio!