Lenguaje inclusivo
El afán por cambiarlo todo, y no precisamente para mejorarlo, solamente sirve para dar la nota, para provocar o para autoidentificarse con una determinada jerga o secta política. Hay palabras que son masculinas y femeninas a la vez. Comunes en cuanto al género. ¿Les suena lo de “miembras” y “portavozas”? Hay estudiantes, no “estudiantas” y “estudiantos”. Está muy bien defender la igualdad de derechos entre personas. Pero sin caer en pantomimas absurdas. Cada uno puede hablar como quiera y de lo que quiera. ¡Faltaría más! Pero no caigamos en la normalización de un inventado lenguaje inclusivo. Las verdaderas desigualdades sociales son las económicas. Nada tienen que ver con los teatrillos lingüísticos. La guinda a este pastel autopromocional la puso hace poco la excelsa Ministra de Igualdad al apelar al “tercer género”. ¡Nada que ver con el viejo neutro latino! “Niños”, “niñas” y “niñes”, llegó a reivindicar. Y quedó encantada. ¡Qué gran jolgorio ideológico con el dinero público recaudado a golpe de impuestazos a ciudadanas y ciudadanos! Eso de tratar de que la Real Academia cambie de un plumazo la gramática del español o la historia de las palabras está de moda. Tal vez para volvernos a todas y todos más ignorantas e ignorantos.