Las neuronas del recuerdo

    26 sep 2021 / 17:05 H.
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    Tras la marcha de otro verano, una pléyade de nuevos recuerdos se va abriendo hueco en nuestra memoria. Las neuronas, juguetonas y enredadoras, se aprestan a ordenarlos en sus estanterías para su posterior uso y disfrute. Allí se encuentran con los de años anteriores, décadas pretéritas y hasta con lo que nunca sucedió, pero que creemos que una vez lo vivimos. El ardid de la evocación nos muestra una realidad que asumimos como propia e identificamos en todas sus vivencias pero que, sorpresa, casi nunca sucedió como recordamos. Todo aquello que una vez sentimos se guarda en el almacén neuronal con todos los aditamentos que lo hicieron posible. He ahí el problema de las reglas del juego. El hecho de volver a revivir una situación desde la actualidad requeriría un escenario similar a aquel en el que nos movimos. Y, dado que el tiempo y la experiencia no nos lo van a permitir, es muy probable que nuestro recuerdo no coincida con lo acontecido. ¿No habíamos quedado en que la mente, la memoria, funcionaba al estilo del disco duro de un ordenador? Pues empieza a parecer que no es así. Almacenamos pinceladas, imágenes, flashes ligados al instante, pero no independientes del entorno en que los vivimos. Recordar no se parece a pulsar el botón que abre el cajón de lo vivido en una fecha o momento determinado. O, al menos, no con la sensata convicción con que nos enfrentamos al recuerdo. Las conexiones neuronales son capaces de interaccionar y ponerse en marcha con los estímulos más diversos: un olor, un roce, un color, un sentimiento, pero precisamente cada uno de ellos puede abrir un resorte distinto, una variante diferente, una vivencia con perspectiva desigual y engañarnos a nosotros mismos y a los demás con el agravante de que existe la posibilidad de que cada vez que recordamos, que evocamos un recuerdo, lo modificamos. Lo almacenado en el club de las neuronas revoltosas no es inmutable sino frágil, abierto y poliédrico. En realidad, quizá, nuestro cuerpo, ese ente con el que nos movemos, somos, crecemos y soñamos, es una antena, un receptor de sensaciones y de ellas y no siempre de “la realidad” brotan, nacen y se desarrollan los recuerdos. En esas sensaciones influyen, y mucho, lo que suele llamarse “la memoria colectiva”, es decir el entorno, la familia, el peso de la cultura imperante, la religión. Todo ello nos hace revisar el pasado, sin darnos cuenta, a la luz de lo que vamos añadiendo a nuestra experiencia. Las traviesas neuronas del recuerdo nos juegan, a veces, malas pasadas. Nos enfrentan a lo que fuimos de una forma peculiar, la de aquello que preferimos recordar y en la forma que creemos que coincide con nuestra visión del mundo de entonces y de ahora.

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