La resistencia de Sánchez

12 may 2024 / 09:40 H.
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Decían que Pedro Sánchez es tan resistente porque no sufre. Pero el presidente reflejó, en sus cinco días de abril de retiro para meditar en La Moncloa, que siente, que padece, o, como mínimo, que estaba harto. Estanislao Figueras, primer presidente de la Primera República Española, del Partido Demócrata y, antes, del Partido Progresista, el día de su dimisión irrumpió encolerizado en el Consejo de Ministros y dijo: “Señores, ya no aguanto más. Voy a serles franco. ¡Estoy hasta los cojones de todos nosotros!”.

La paciencia de Pedro Sánchez, que es un hombre impaciente, podría haberse hallado saturada de la insoportable levedad de su Consejo de Ministros. Y del PSOE. Y también de la durmiente pasividad de los sindicatos e intelectuales de izquierdas desde noviembre, cuando las derechas tomaron las calles al grito de “amnistía, no”, y los ultras, con algún tipo con un bíceps como un queso de bola lleno de tatuajes inquietantes, cercaban las sedes socialistas o apaleaban un muñeco con parecido a Sánchez hasta hacerlo añicos de cartón. Un periodista español, cuando vio colgado a Mussolini con las piernas hacia arriba, escribió en su crónica que “Mussolini murió pisando con sus grandes botas el cielo”. Hubo un dirigente político que en esos días vino a decir lo mismo de Sánchez, que moriría así, pero sin metáforas, y el PSOE se inmutó poco o nada. “Estoy hasta los cojones de todos nosotros”, exclamó Estanislao Figueras. ¿Pensó algo semejante Sánchez? El presidente fue jugador de las categorías inferiores del Estudiantes, equipo de baloncesto del Instituto Ramiro de Maeztu de Madrid, donde estudió, y ahí, mientras agarraba rebotes bajo la canasta acosado por los rivales, quizás se percató de la importancia en la estrategia del juego y como alivio del agotamiento que existe en el tiempo muerto. Los buenos políticos son jugadores de ajedrez (otros, naturalmente, de nada), pero Sánchez practicó el baloncesto, que tiene códigos distintos. Sánchez vivió durante su retiro el gélido silencio de Felipe González, que habita al calor de su ideología infrarroja. Pero tuvo el apoyo desenfrenado en los mítines de Rodríguez Zapatero, convertido con el paso del tiempo en un líder sólido, con el carisma que confieren las heridas en el alma, tan lejos de aquel joven presidente al que Alfonso Guerra, con la afilada ironía del literato que nunca llegó a ser, llamaba “Bambi”. Sánchez ha salido reforzado dentro de su partido, al menos de momento. Lo inmediato son las elecciones catalanas. Josep Pla escribió que “el catalán es un ser que añora”. Esa sensibilidad atribuible a los catalanes, que a veces no encuentra ni el norte ni el sur y deriva en el “procés”, tal vez en esta ocasión favorezca a Sánchez a través de Salvador Illa. Porque la principal dificultad del Gobierno de coalición para sobrevivir en esta legislatura reside en la imprevisible chulería culé de Puigdemont. El resultado de las catalanas resolverá (o no) numerosas incógnitas que ahora planean sobre España. Pedro Sánchez vive aferrado a la velocidad. Sin concesiones en diez años de tiempo para la reflexión (salvo en abril). Adelantándose a los problemas o arrasando directamente los problemas. Muy distinto al perfil de Mariano Rajoy, a quien se atribuye repetir la frase de “esperemos un poco a ver qué pasa”. Porque políticamente Pedro Sánchez ha acabado con la España descrita desde el siglo XIX por Mariano José de Larra del “vuelva usted mañana”. Sánchez parece el copiloto de Verstappen.



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