La noche de la oscuridad
El sol se iba apagando, descomponiéndose en tonalidades suaves, el azul se debilitaba levemente y la luz solar iba desgastándose como una flor marchita, la intensidad vaciaba su color y parecía que se desmayaba antes de desaparecer completamente.
El horizonte se quedaba dormido entre la suave colcha, donde la primavera también acariciaba con sus pétalos de cálidas nubes el cielo de abril.
La tarde había desaparecido, sin apenas darnos cuenta. Notando su ausencia cuando ya sólo las sombras pintaban las aceras. El cielo se cubría con un manto gris oscuro, y dejaron de verse ya las formas, los perfiles, los detalles, que sólo la luz nos deja contemplar.
De repente una a una se encendían las estrellas, que estampaban el firmamento con su tímida luz. Brillaban sobre la bóveda celeste y se adivinaban sus formas, sus destellos. El silencio se deslizaba como una sombra más. Como un espacio donde guardar los sonidos que en muchos de ellos habían desaparecido.
Como un pesado plomo caía sobre nosotros la extraña realidad que nos absorbía y nos llevaba a situaciones adversas, aciagas y perplejas. El vacío de la inseguridad y la incertidumbre iban ocupando muchos pensamientos, mientras las dudas y el desconcierto calaban en la población. Todos los planes se vinieron abajo, se rompió la cordura y muchas personas vivieron experiencias desalentadoras. La oscuridad poblaba las horas, la negrura descomponía sonrisas, deshacía sueños, rompía la estabilidad... el miedo se paseaba por muchos espacios arrastrando su largo manto de lobreguez. Creando tinieblas, esparciendo penumbra y desasosiego. Las horas para muchos no parecían pasar en los relojes, sus vidas atrapadas por el desaliento, en situaciones adversas y críticas;
en lugares donde el frío tampoco ayudaba en aquellos momentos difíciles, el caos había desatado la cuerda de sus manos y parecía conseguir su objetivo.
Pero no todo estaba perdido, a pesar de la vorágine que se percibía. La esperanza encendió su luz más brillante, y aunque fueron horas penosas e inquietantes, para muchos, nunca se encontraron solos, porque la fe y la bondad surgieron borrando miedos, aprensiones y temores. Y las palabras transmitieron consuelo, aquellas horas aciagas, donde se desataba la noche de la oscuridad.