La inflación, etcétera

07 abr 2022 / 16:00 H.
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Las sanciones irrisorias, pretendidamente económicas a Rusia son muy, pero que muy relativas, porque en lo tocante al gas y la energía hay serias dudas de que se esté haciendo realmente presión. Son cosquillas. No olvidemos que no se trata del calor de los hogares de la clase media, que ven cómo se dispara el coste de las facturas, sino de ingentes negocios a nivel internacional. Alemania en cabeza, la locomotora europea. Tampoco se alude a las familias desfavorecidas, esas que no llegan a final de mes, acuciadas por la necesidad. No está en juego en ningún caso esto. Sí que las compañías energéticas estén haciendo su agosto en cualquier mes del año, incluso si España apenas compra petróleo a Rusia, menos del 2% del total que consume. Entonces, ¿hablamos de una escalada de precios global, o simplemente de una excusa para subir los precios? Ambas cosas, claro está, pues la trituradora capitalista ya se sabe que aprovecha la coyuntura para apretar —sin ahogar— y extraer jugo de donde no queda. El caso es exprimir, a ver qué pasa. La subida de precios, no nos engañemos, no se debe a la guerra en Ucrania, y ya desde el último trimestre del año pasado fue el tema estrella en los foros de economía mundial, heredera del monetarismo y voz de su amo, el polémico Milton Friedman, que hoy día se halla más discutido que nunca. El barco hace aguas cíclicamente. Día sí y día también los boquetes son auténticos dolores de cabeza para los ingenieros financieros neoliberales, que taponan como pueden las múltiples vías de escape. Estas se agrietan sin remedio. Pretenden achicar con cucharitas el agua que entra a raudales. El barco debe hundirse y luego reflotarse, para que parezca un milagro. Y digo yo, ¿quién realizará esta tarea? ¿Quién la pagará con su esfuerzo? ¿Quién arrimará el hombro? ¿Quién se abrochará el cinturón? De la inflación, a poco que se mire en los periódicos y las noticias de internet, se debatía ya en noviembre como una amenaza. Las descompensaciones y previsiones al alza para este 2022 no auguraban nada bueno. Se trata, y llueve —cómo no— sobre mojado, de un lapso de desajustes nada grave que vuelve a influir en el poder adquisitivo de los consumidores y, sobre todo, en las clases medias y trabajadoras. ¿Nada grave? Yo diría más bien nada nuevo. Que la utopía haya claudicado o que el mundo se derrumbe a nuestro alrededor, no consuela, aunque mucho peor es comulgar con ruedas de molino. Los derechos sociales y laborales socavándose y degradándose, las injusticias más atroces volviéndose patentes y abusivamente evidentes, los atropellos a los inmigrantes dejándonos de sorprender, la monarquía regodeándose con sus flagrantes privilegios, el vil negocio y exportación de armas, los oligarcas riéndose en nuestra cara, los gobiernos europeos doblegándose sin pudor alguno ante las estrategias geopolíticas del mercado, Marruecos imponiéndose en el Sáhara Occidental, EE UU navegando por las aguas de la tibieza, y los intelectuales orgánicos de esta segunda Restauración maltratando descaradamente la palabra solidaridad, mofándose de ella, ultrajándola sin compasión, dándose golpes en el pecho, instalados y apoltronados en la situación actual reinante. Un statu quo acomodaticio, hipócrita hasta la médula. Mirar para otro lado es igualmente una forma de complicidad. Eso lo sabe hasta el Niño de la Bola.

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