La historia se repite

07 oct 2021 / 19:45 H.
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La gente normal y corriente no sabe y, lo peor, no quiere saber. Con lo que intuye tiene suficiente. Y ya no sorprende un nuevo escándalo sobre paraísos fiscales. La vida cotidiana posee demasiados vericuetos y complicaciones como para estar pendiente de lo que sucede arriba en las alturas. Con las miserias y fatigas de cada uno hay de sobra. Un día nos dicen que las acciones de tal o cual empresa han bajado, otro que las han vendido, y al día siguiente que ni una cosa ni la otra, sino todo lo contrario. A saber. Suelen hacer malabarismos y a los que no tenemos ni idea nos parece ilusionismo, magia que engatusa a los niños con sencillos artilugios para encubrir las artimañas. Así es la vida. Mientras la mayoría de los mortales hacemos cuentas para que nos dé el sueldo, ahí sigue ese 5% de la humanidad controlando al resto, amasando millones y millones y, lo que es muchísimo peor, con evidentes indicios de hacer el cuello de la botella aún más estrecho. Por ahí pasan pocos. Quiero decir que en realidad pasan —camellos desfilando en fila india por el ojo de una aguja— los de siempre, aquellos que ya han pasado de acá para allá, merodean, se giran y se esconden, para volver a aparecer como ojos del Guadiana.

Se ha dicho hasta la saciedad que siempre habrá clases, y no sé si una mentira, a fuerza de repetirse, acaba siendo verdad, o es que no hay otra mentira más gorda que la refute. Pandora era una mujer, probablemente la primera, ni diosa ni semidiosa, ni heroína ni sacerdotisa, una simple mujer, a la que se le encomendó una especie de caja —más bien ánfora— en la que residían todos los males. El mito no tiene desperdicio: Pandora recibió como regalo de bodas un misterioso regalo, una tinaja ovalada —una caja— con instrucciones de no abrirlo bajo ningún concepto. Pero ya se sabe que la curiosidad es uno de los defectos mayores de los hombres, las mujeres y los gatos. Pandora decidió abrir la tinaja para ver qué había dentro y, al hacerlo, escaparon de su interior todos los males del mundo. Cuando atinó a cerrarla, solo quedaba en el fondo el espíritu de la esperanza, el único bien que los dioses habían metido en ella. Un regalo envenenado, como puede verse, porque ya se sabe que los dioses de la antigüedad siempre estaban haciendo de las suyas, y no escatimaban recursos ni oportunidades para darle lecciones a los mortales, que son torpes por naturaleza. Y es que el ser humano no tiene remedio, dice la historia circular del eterno retorno de la humanidad.

Así que sí. Siempre los mismos, el esquema se repite a todos los niveles y con iguales trazas. Por algún lado desfilan los muy ricos de arriba, entroncados con la aristocracia y la ingeniería financiera, los menos ricos, pero muy ricos todavía, aliados del poder y la política junto a los burgueses de alto postín, industriales y empresarios, los burgueses acomodados o venidos a menos o que quieren aparentar, de provincias y de carácter rural. Muy cerca les siguen las clases medias altas, que harían de bisagra. Hasta ahí el 20% aproximadamente. Luego comparece el 80% restante: el grueso de las clases medias normales y corrientes, las clases medias bajas, para llegar finalmente a las clases bajas, asalariados y trabajadores —proletariado— en precario, parados y, lo que se decía antiguamente, casi tanto como el mito de Pandora, el lumpemproletariado.

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