La fe de mis mayores

    28 abr 2025 / 08:53 H.
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    En estos tiempos tan puñeteramente egoístas que nos ha tocado vivir y en los que ya hemos visto casi de todo, quedan muy poquitas cosas en las que creer. Si acaso, y en tanto no se marchiten o se agoten sus emociones, todavía guardamos en el morral del día a día un poco de esperanza cuando vemos el brillo en los ojos de los enamorados, o las huellas de los que caminan contigo con la amistad como destino, o la alegría de sentirse útil para sí mismo y los demás. No es mucha munición para defenderse de una sociedad enteramente podrida, pero es el arma más efectiva para intentar ser feliz sin dañar a nadie. Otra cosa que va aún más lejos de lo terrenal son los asuntos del alma, la fe en algo que no vemos para curarnos en salud y amortizar nuestra existencia en un mundo donde la gente se cree todas las tonterías, películas y mentiras, tiene hoy también tintes de batallas y guerras. Las distintas creencias de sentirse siervos de un ser superior para hacerle la vida imposible a los otros, no es labor de ningún dios, sino de los propios humanos que venimos de serie con mucha mala leche y un poco de dulzor. La ciencia nos sacará de dudas, pero no de la estupidez.



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