La familia
Capisci? (Léalo, por favor, con tono de Vito Corleone). Desde la soledad familiar que mi núcleo me confiere, y aislado en la turba diaria de gentes, siento ruido. Mucho ruido, que dice el maestro Sabina. Un ruido que no llena. Porque la vorágine de la corriente se lleva el boquerón que, más que dormido, está relajado. En sus minutos de la pausa publicitaria. Nos levantamos, desayunamos, trabajamos raudos y vivimos grindeando en el alambre de un día a día que nos exige tanto, para lograr tan poco; queremos más y más para tener “derecho” a esos selfies en la playa, a esas barbacoas que suman likes y restan profundidad. Hacer y hacer para mostrar, mientras esos que tienes al lado, de los que llenas la boca de amar, crecen por minutos y envejecen por horas para terminar en unas semanas que, mensualmente, tórnanse en años. Y se nos va. De las manos y el camino. Para sólo, quizás al llegar, busquemos aquello que teníamos cerca y nos empeñábamos en golpear repetidamente, cual mosca cojonera, para ejecutar ese vacío tan efímero como liviano. Y estaba ahí. Al lado tuyo. Con esa sonrisa y paciente mirada del que tiene sed y solo recibe agua para beber...