La espera

    07 dic 2022 / 16:00 H.
    Ver comentarios

    Pese a objeciones lingüísticas que se me puedan invocar, la espera no es sinónimo de esperanza, ya que la segunda es, en términos conceptuales, un subtipo dulcificado de la primera, de modo que “esperar” no siempre es tener esperanza de conseguir lo que se desea. La espera supone detenerse en el obrar hasta que suceda algo; la segunda, la esperanza, aporta como una víscera vital del alma, como un hígado del espíritu que segrega la bilis y elimina la mala uva, por ejemplo, de nuestros políticos en sus luchas partidarias o de las desigualdades sangrientas de los humanos o los negacionismos o los crímenes de algún enloquecido gobernante. El subrayado sobre la esperanza lo han ideado la practica totalidad de las iglesias monoteístas al predicar que existe una vida trasmundana. Parece obvio que un dios sabio y misericordiosos no debería haber creado un ser tan absurdo como el hombre, a no ser que existiera
    el paraguas de la creencia en el más allá de las “uries” y de la gloria cristiana. Cierto que no todas las esperas tienen la misma naturaleza: la del ciudadano que aguarda en el corredor de la muerte o la del ciudadano de Jaén que espera que algún día circule su tranvía. Pero, lo probable es que aquellas esperas sin esperanza, estén generando una trágica incredibilidad del futuro que pudiera derivar en un porcentaje alarmante de suicidios en este país, como acertadamente se viene destacando en los medios de comunicación. La solución, cuando menos es que todas las esperas se reconduzcan a esperanzas... Supongo yo que resulta, en ocasiones, difícil, por cuanto se constata un regreso de libertades y derechos ya conseguidos (aborto, lucha climática, crímenes de guerra...), es decir, las esperas son cada vez menos esperanzas: ¿quién para la ola trumpista, quién detiene a criminales gobernantes con
    capacidad para crear un suicidio colectivo del planeta? Y en el escenario doméstico, se comienza por negar derechos
    ya adquiridos en la igualdad de sexos, en la necesidad del cambio climático y
    un largo etcétera. Tal vez, entremos en fechas muy propicias para la reflexión, de manera que gran parte de nuestras esperas, sean personales o públicas,
    se puedan tornar en esperanzas, haya cielo-infierno o no, y en cualquiera de los casos y por si acaso que Dios nos
    coja confesados.

    Articulistas