La España desalojada

23 ene 2020 / 08:40 H.
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El pasado 28 de diciembre, corrió la noticia en la Sierra de Segura de que sus alcaldes, reunidos en la plaza de la Encomienda de Segura, habían declarado la independencia, y que la junta de gobierno, además de aprobar un borrador de constitución serrana, acordó crear una “mesa de agravios”, en la que técnicos cualificados deberían cuantificar “las toneladas de CO2 que este territorio convierte en oxígeno para todo el planeta, así como el agua y la electricidad que sale de sus ríos y embalses sin recibir compensación alguna con la que mejorar las comunicaciones y el nivel de vida de nuestros compatriotas”. La inocentada llevaba su carga seria. Porque, bromas aparte, es verdad que esta sierra, que tiene identidad e historia propias —aunque devaluada institucionalmente para defenderlas— ha dado mucho y ha recibido poco. Aparte de esos elementos fundamentales para la vida del planeta, ha dado y sigue dando mucha gente que no encuentra la manera aceptable de seguir viviendo en ella.

La regulación político administrativa de la comarca, en otro tiempo foral y comunal, pasó del expolio de la riqueza del monte a la protección especial del mismo, siendo víctimas en uno y otro caso los propios habitantes, a los que nunca se les ha compensado la restricción de derechos y la limitación de sus posibilidades de desarrollo económico derivadas de las políticas ambientales o forestales. Y como ya avisó uno de los padres de la patria serrana, el profesor Emilio de la Cruz, en “La destrucción de los montes”, se ha conseguido el efecto contrario a la lógica territorial humana, enfrentando en no pocas ocasiones al hombre con su propio medio. Lo que antes era una actividad normal, como coger piñas, hoy te puede costar una multa. Y lo que antes era pasto para todo tipo de cabezas de ganado hoy es combustible fácil para las llamas de cualquier incendio fortuito o criminalmente intencionado. Y los trabajos del monte que directamente gestionaban sus ayuntamientos y daban jornales a mansalva, hoy se “externalizan” con agencias y empresas “al efecto” regadas con dineros públicos. La cosa viene tan de largo que hasta en el carácter serrano se puede atisbar cierto aire de desconfianza hacia lo que venga de fuera, sea en forma de promesas o de planes de desarrollo. Pero no hay que perder la esperanza. La toma de conciencia a nivel global respecto al cambio climático y la galopante despoblación de aquellos territorios que más contribuyen a frenarlo, están obligando a los gobiernos a rectificar. El cantado binomio conservación-desarrollo no ha funcionado. Y se buscan soluciones. Ahora se enteran algunos de que la ganadería es el mejor medio de prevención de incendios. O de los beneficios que ciertas explotaciones agrarias y no agrarias pueden dar
dentro de un parque natural. Se habla de
empleo verde, forestal o rural. Pero rural de verdad. No para captar votos o cobrar desempleo, sino para recuperar la
dignidad que sólo el trabajo puede dar. Hay esperanza. Pero la España vaciada,
o más bien desalojada, no dejará de serlo hasta recuperar esa relación directa,
simbiótica, inseparable, dura pero entrañable, entre el hombre y la tierra que habita. Volvamos al sentido común de
nuestros abuelos. El ser humano es el elemento principal de cualquier territorio. Y una sierra bien poblada será siempre una sierra bien cuidada.

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