La despedida más dura
Fue el trago más amargo de su vida. La despedida con mayor dureza de su acontecer político. La noticia de la que nunca hubiera querido ser protagonista. Gaspar Zarrías Arévalo (Madrid, 1955) dice adiós a la casa en la que echó los dientes políticos después de cuarenta y cuatro años de militancia intensa. Su baja temporal y voluntaria del Partido Socialista huele a triste final de una historia empañada por una trama judicial en la que se investiga el uso de dinero público para financiar falsos expedientes de regulación de empleo. El “alma” del socialismo jiennense, el eslabón perdido entre direcciones con sus dimes y diretes internos, se diluye en un deambular de autos judiciales con un largo camino por recorrer.
Referente para los apegados al carné, escuderos y afines currantes de la bandera de la honestidad y la lealtad, abandona el barco cuando las revueltas aguas amenazan con ponerlo bocabajo. La decisión, aplaudida por los suyos y repudiada por quienes aprovechan las circunstancias para hacer campaña, supone un giro radical en una trayectoria centrada en lo público. Perejil en todas las salsas cocinadas en la Junta de Andalucía durante más de dos décadas, capataz del expresidente Manuel Chaves al frente del Gobierno andaluz, político con fama ganada de hiperactividad, socialista con una mítica onda expansiva en su recorrido y con un don de la ubicuidad sorprendente. Son tantos los calificativos como las críticas hacia un hombre considerado pieza clave en el devenir jiennense, manijero de proyectos millonarios como el tranvía, ideólogo y mediador de pequeñas y grandes iniciativas para el pueblo.
Gaspar Zarrías se va para volver, consciente de que el mañana nunca será como el ayer. Deja vacante la presidencia honorífica del partido del puño y la rosa sin el que será difícil vivir. Empezó una nueva batalla cuando se apartó obligadamente de la gestión y, ahora, comienza otra alejado también de lo orgánico. No fue fácil, con sesenta años cumplidos, dar el salto de lo público a lo privado. Licenciado en Derecho, hizo sus pinitos de abogado en tiempos mozos y, desde entonces, tenía la toga colgada. Buscar empleo a punto de alcanzar la edad de jubilación no entraba tampoco dentro de sus planes. Pronto encontró salida con un trabajo por cuenta propia que le abrió más puertas. En Madrid tiene un despacho en el que asesora a empresas de América Latina. Los viajes forman parte de un nuevo estilo de vida, en el que cruzar el Charco entra dentro de la cotidianidad. Ir, en menos de un año, dos veces a Sudamérica es algo que no está en la agenda de cualquiera. Su trabajo como autónomo se complementa con las tareas de asesor jurídico en una empresa que tiene, entre otras muchas sedes, una en la provincia de Jaén. Se deshace en agradecimientos hacia un empresario, que prefiere mantener en el anonimato, que confió en él y le dio una gran oportunidad para empezar prácticamente desde cero.
Su residencia habitual está fijada en Madrid y, aunque motivos profesionales lo obligan a hacer más kilómetros que un carretero —su nuevo coche, adquirido en diciembre, tiene 20.200—, su día a día se asemeja al de un ciudadano cualquiera. Dentro de lo malo, Gaspar Zarrías se queda con lo bueno. Las circunstancias no son las más propicias para sonreír. Sabe que los daños colaterales del escándalo de los ERE, irreparables, marcan un antes y un después en una trayectoria en la que todavía queda algún que otro capítulo por escribir. Sin embargo, intenta que la realidad nunca supere la ficción y que los pies permanezcan siempre sobre la tierra. Sin adelantar acontecimientos, repite hasta la saciedad a esta periodista: “No estamos procesados, todavía no se ha abierto el juicio, cabe recurso y no hay nada decidido”. Para añadir: “Que la gente tenga bien claro que no soy un prevaricador y que nunca me he llevado un solo euro”. Sus compañeros de filas, seguidores acérrimos e imitadores del todopoderoso, se afanan en los últimos días en repetir esta última frase como si fuera un mantra. A todos les está muy agradecido. Ni una mala cara, dentro o fuera de su ideología, ni un solo reproche. Lo único que encuentra, en estas jornadas de constante presencia en los informativos, es una mano amiga, afecto, cariño y palabras de ánimo.
Gaspar Zarrías Arévalo continúa. La última carta, enviada a las direcciones jiennense, regional y federal, fue la más difícil de escribir. Dejar de militar en el partido del que formaron parte sus antepasados no es asunto baladí. Saber retirarse a tiempo siempre se consideró una victoria. El tiempo dará o quitará razones.