La canícula veraniega
Las temperaturas altas dificultan el sueño. Su falta provoca irritabilidad, dificulta la concentración y la capacidad crítica para tomar decisiones. Nos genera cansancio mental y físico. Provoca un cambio general de ánimo. De ahí, la necesidad de cambiar de espacio y aislarse del ruido mediático. Últimamente pasamos de una situación crítica a otra sin interrupción. Parece que exista una agenda programada, o bien hay quien describe la realidad cotidiana presentándola como angustiosa para generar desconfianza y miedo colectivo. Que se detecten abusos y corrupción, que el sistema judicial actúe, no es el caos; es síntoma de salud democrática. Construir, difundir un discurso sobre el desastre de la inoperancia y paralización democrática, solo persigue crear un ambiente deprimente, de odio y rechazo. El odio como discurso y pauta de relación e identidad cultural, solo busca como fin romper la identidad de la ciudadanía asentada en la solidaridad, eje básico de la Democracia. En el interés esta lo que afirma Han: “Los sentimientos de angustia y resentimiento empujan a la gente a adherirse a los populismos”. Detrás del discurso de odio no hay un exceso de pasión irracional, se crea desde una estrategia calculada. Los populismos sean del tipo que sean, necesitan enemigos y los inventa si no los encuentra. Promueve el nosotros contra ellos. Busca romper la ciudadanía creando bandos enfrentados y la convivencia en un campo de batalla simbólico. Propone la idea de que el adversario no es alguien con quien discrepar, sino un enemigo que derrotar. Es un paso hacia la fractura social creando un clima de miedo. Este siempre ha sido el camino para la sumisión. Véase la creciente industria en torno al miedo social, va más allá de las cerraduras de las puertas, fenómeno ya conocido en algunas comunidades autónomas. La democracia no es perfecta, pero es el único sistema que garantiza la convivencia en la diversidad y permite mejorar su propio funcionamiento. Es peligroso caer en desprestigiarla cuando no responde al ritmo esperado en las expectativas o cuando pone límites al poder de quienes querrían gestionarla desde intereses particulares ajenos al bien de la ciudadanía. Es más fácil culpar al sistema que hacer autocrítica y asumir responsabilidades. Lo fácil es acusar al otro de todos los males. La corrupción en España equivale a un 8% de su PIB anual, aproximadamente 90.000 millones, el 90% del presupuesto en sanidad. La corrupción no es solo una cuestión de personas que abusan de su poder, traicionando ideas y valores sociales, si es que las tuvieron. Es una cuestión de todos cada vez que eludimos responsabilidades fiscales, cada uno en su medida. El sistema no es corrupto, es que no vemos nuestra responsabilidad, no solo en el pago, sino en la denuncia. La ciudadanía debe indignarse ante la corrupción y las injusticias, pero no debe dejarse arrastrar por quienes manipulan la indignación para debilitar la democracia misma. Porque detrás del discurso de odio hay un intento de manipulación. Y detrás del rechazo del otro, hay autoritarismo disfrazado de solución fácil. Ante el agotamiento social, no nos volvamos tontos, la convivencia no es una imposición, es un compromiso. La democracia no es un obstáculo, es un pacto común. La solución es mayor transparencia democrática.