La caja de galletas

    06 mar 2025 / 08:51 H.
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    Cuando la menor de mis hermanas era pequeña, un amigo de la casa, guasón y buena persona, la soliviantaba asegurándole que nuestro padre guardaba muchos billetes en una caja de galletas, de aquellas de lata, que eran más fuertes. No sé si mi hermanilla investigó por cajones y armarios, pero no me extrañaría. Curiosidad infantil. Comentando la simpática historieta con los amigos, uno de ellos, ex empleado de la banca, me dijo: “¡Huy, si yo te contara!”. Y me lo contó.

    Un matrimonio guardaba unos cuantos milloncejos metidos en botellas de cristal oscuro, en una estantería, como si fuera un expositor de vino o aceite; otro, escondidos en el marco de varios cuadros; otro más en el doble fondo de un armario antiguo... Nos aseguró que él mismo ayudó a airearlos. En suma, dinero negro para un manual de infracción. Los contertulios sonreían, reían, y añadían otros casos que ellos conocían. Alguno justificaba esa actitud, basándose en la necesidad de tener alguna reserva para imprevistos. ¿Una reserva de millones?

    Y uno, que lo educaron con otros principios, no entendía esas actitudes poco civilizadas, por decir algo. Según estas situaciones, sobraban las entidades bancarias y de ahorro. Es cierto que sus gestiones hay que pagarlas, pues ya se cobra hasta por pisar el umbral de sus oficinas. A los empleados no se les puede reprochar su trabajo, pues sólo cumplen con su obligación. Generalmente no hay quejas de su trato amable, herencia del pasado. Me figuro una sociedad sin estas entidades... Cobrando el salario y la pensión billete a billete, con largas colas en donde correspondiera; abonando los recibos del agua, de la luz, del gas, de la basura, de la comunidad, de los impuestos, de hacienda, del teléfono, de internet, de las clases ordinarias o extras de los centros educativos, de las actividades extraescolares, del alquiler, de los impuestos inmobiliarios o rústicos, de los vehículos, de las gestiones de compra y venta, del pago de honorarios... Siempre, lógicamente, haciendo largas colas. Y no digo nada de las famosas tarjetas de crédito, que están aliviando los atascos. Es romántico y bastante campechano lo de la caja de galletas, pero tal como hemos planteado nuestra vida, no deja de ser una antigualla simpática y a extinguir.

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