La buena casta

Son algunos políticos los que han puesto de moda eso de hablar de la casta y bien se nota que no están demasiado bien enterados de lo que eso significa. De otra manera, no se entendería que algo que ellos manejan despectivamente para afear a sus adversarios, lo practiquen ellos mismos en cuanto tienen la primera ocasión. Y es que para tener casta hay que tener eso, casta. Lo demás es tontería. Y la casta es algo que viene en el paquete que acompaña al recién nacido. Nada tiene que ver con el abolengo ni el señorío. La buena casta puede tenerla hasta la persona más humilde y desfavorecida de la tierra. Pese a todo esto, cada vez conozco a menos gente con casta de verdad. Tal vez por eso me causó tan agradable sensación conocer personalmente a Emilio de la Cámara Perona. Yo había hablado de sus grandes logros en el atletismo porque este jiennense, afincado desde hace muchos años en Mallorca, es el corredor veterano que más títulos nacionales e internacionales ha conseguido en la historia. El pasado domingo, a la hora de la siesta, Emilio se presentó en mi casa acompañado de un amigo común, Manolo Castillo, y la esposa de éste, Ana. Una sorpresa que resultó ser de lo más afectiva, divertida y hasta evocadora, porque Emilio, que nació hace 75 años, vino al mundo en la calle Carretas, muy cerca de la casa donde yo nací. Y, aunque nos separan 6 años de edad, los dos pasamos nuestra infancia en los mismos lugares, sobre todo, en el incomparable escenario de la Alameda. Recordamos a personas y rincones de nuestro Jaén con tal entusiasmo y detalle que parecía que volvíamos a vivir de nuevo aquellos viejos y lejanos tiempos. Emilio es un campeonísimo mundial. Su propio hijo, también de nombre Emilio, cuenta su vida en un libro reciente titulado “Cómo ser campeón del mundo a los 70 años”. De sus triunfos ya hablé en “brisas” anteriores, pero ahora tengo que hablar de esa enorme persona que es Emilio de la Cámara. Sencillo, humilde, cercano, campechano, dicharachero y sin borrar ni un momento la sonrisa de su rostro. Francamente fue un placer hablar con él, porque este jiennense-mallorquín, sí que tiene buena casta, tanto, que el tiempo pasó volando y volando, y marchó Emilio al día siguiente a Mallorca, donde le aguardaba su esposa Juana. Una mujer muy simpática que también está enraizada con Jaén, donde les esperamos, según dicen, la próxima Semana Santa.