La belleza del alma

    22 mar 2023 / 09:09 H.
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    Rudyard Kipling, en modo condicional y tono paternal, nos reta en su poema “Si”, ejemplo del estoicismo victoriano, a encontrarnos con el éxito y el fracaso y tratar a estos dos impostores de la misma manera. Difícil, sin duda, ya que los humanos tendemos a dejarnos llevar por la soberbia o la miseria, a sentirnos imbuidos de gloria ante cualquier éxito, por nimio que sea, o a llorar nuestra desgracia ante la derrota. A apropiarnos los méritos del primero y a achacar a otro las culpas de la segunda. El éxito tiene muchos padres, mientras que el fracaso es huérfano. Sin embargo, uno y otro son fugaces, mudables, como un frío intermitente. Lo interesante es comprobar quiénes, a menudo quién, de cuantos te rodean, aparecen en ambos escenarios y no olvidarlo. Porque no es extraño que los que aplauden en las maduras se ausenten en las duras para correr de nuevo a posicionarse cuando la rueda de la fortuna vuelve a girar a tu favor. Y tú, que ya vienes de vuelta, te preguntas si, en esa alternancia de suertes, alguien realmente te vio, y no sólo miró. Éxito y fracaso son efímeros. Bebedizos que aturden los sentidos y nublan la grandeza verdadera, esa sublime y perdurable que nada tiene que ver con la apariencia o la suerte: la belleza del alma.

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