José y Marcos
Me voy a permitir una licencia: jugar con dos nombres, el de José y el de Marcos. Hombres anónimos. Son dos amigos de Villanueva del Arzobispo, electricista y albañil. Jubilados. José, a sus 70 años, ha descubierto el arte, la cultura, el teatro, y sus ojos brillan igual que los de un joven adolescente que descubre la vida. Marcos ha tenido la valentía de querer aprender a nadar, un gesto que resume toda una vida. Basta fijarse en la mirada de los dos: ilusionados, viviendo lo que muchos niños y jóvenes viven a temprana edad, el descubrimiento de aquello de lo que otros ya están cansados. Encontrar sensaciones parece haberse convertido en una obligación; ser feliz también. Por eso, a veces hay que mirar las ilusiones que nacen a cualquier edad. A Marcos y a José, que ahora aprenden y descubren, podríamos unirlos a tantas personas anónimas que dejan a un lado el prejuicio, la vergüenza de la edad o de no saber, y se atreven. Porque, para eso, el corazón no tiene edad. Me permito, querido lector, en esta última columna, felicitarte la Navidad con Marcos y con José, con la mirada infinita de la ilusión por aprender, por descubrir. Feliz Navidad y mucha lectura.