Jaén y su rico olivar
Decir Jaén es decir olivar. No sé si es casualidad o una costumbre adquirida, pero sentimos adoración por los campos de Jaén y su manso olivar. Nos fascina el silencio reinante en ellos. Con su bien enfilada disposición. Como soldados amaestrados y bien instruidos. ¡Olivares y olivareros de los campos de Jaén! Su orgullo claro y pleno. Como dijo el poeta. “Campo, campo, entre los olivos los cortijos blancos...”. Ahí en el verso breve queda dicho la esperanza del hombre andaluz cuando sereno mira sus campos. El hombre sencillo que de sus manos callosas y sudor amargo lo mira de muy distinta manera al señorito andaluz que no lo trabaja ni lo ha hecho nunca. El sencillo labriego modesto hecho a sí mismo. El que mira al cielo con frecuencia. El pequeño propietario que saca de ella la razón y el vivir y de su familia. Orgulloso de su trozo de tierra que mima y la colma de horas y más horas. Decir Jaén es decir olivar. Desde los grandes latifundios que empieza la recolección en San Lucas y se termina en febrero es un sinvivir por nuestras olivas. Lo más preciado de las familias jiennenses. Sus trabajos y desvelos, la dedicación y el esmero que en ello se dispone. No creo que haya otros pueblos en los que se le mime tanto al olivar como en las tierras del Santo Reino.