Inocencia de infancia

    08 mar 2017 / 12:02 H.

    Los dos niños prodigio Pablito Calvo, cuyos padres nacieron en Mancha Real, y Joselito, “El pequeño ruiseñor”, no me da lacha (vergüenza) escribirlo en esta tridimensional mirilla por la que veo lo trascendente y lo vacuo, que me hicieron llorar, y de qué forma más noble en sus películas que recorrieron, no sé cuántas veces, todas las plateas del mundo. Tengo asumido mi deseo, aunque no es posible conseguirlo. De mayor quiero ser niño, jugar con mi pelota de trapo, hacer mis chinchines de Nochebuena, jugar a maisa o al torico del esconder. Creo en la inocencia, en la candidez de los niños, quizás porque siendo niño, no se es hombre con más defectos que virtudes. A esta dulce etapa de la vida he escrito bastantes poemas y relatos. Hoy se me ha ocurrido escribir un relato, tan corto como un telegrama, pero tan lleno de inocencia y candidez como la infancia, tan recordada, no por buena, sino porque fue mi infancia y a ella nunca renunciaré, por los años de los años que me queden, amén. Había plumas que volaban con el soplo del aliento. Gotas de sangre mezcladas con granillos de alpiste. El agua del bebedero estaba derramada. En el tejado estaba el cernícalo, autor del canaricidio. Papá: cógelo y dile que me devuelva el pájaro, que es mío.