Imaginando a Francisco Delicado

22 ago 2017 / 11:14 H.

Os saludo a todos, mi nombre es Francisco Delicado. Aquí estoy de nuevo, a la sombra de la Peña de Martos, horizonte querido de mis años mozos. Y es que este paisaje encierra, para mí, una hermosura sin igual. Y no os lo dice alguien que ha permanecido recluido en su tierra durante toda su existencia, sino uno que ha vivido largos años en las dos ciudades más hermosas de su tiempo y también del vuestro, pues las siete colinas de Roma y las mil islas de Venecia han sido también mis hogares. Pero jamás olvidé mi tierra, y por ello dejé memoria escrita de la gracia de sus gentes y de la grandiosidad de su inexpugnable Peña. ¿Qué decís? ¿Que cuál es mi oficio? Pues debéis saber que yo he sido escritor de literatura erótica y también clérigo, ¡ah! y médico. ¿Qué pasa? ¿Por qué os extrañáis? ¿Os resulta raro que haya tenido tantas profesiones? Pues ya veis que a las mentes curiosas y a las gentes inquietas nos complace emprender variadas ocupaciones. ¿Ah, no es eso lo que os escandaliza? Entiendo, os resulta chocante que sea, a la vez, clérigo y escritor de literatura erótica. Pues no os debe extrañar, pues uno escribe sobre lo que conoce, y la Roma de los Borgia en la que habité era un lugar singular, en el que no regían los mismos valores que después han imperado. Debéis saber que en aquel ambiente coexistían en armonía las morales más contrapuestas. Y allí conviví con criados, pícaros, cardenales lascivos y prostitutas. Y a todos los junté en mi obra más señalada, la titulada “Retrato de la Lozana Andaluza”, relato a través del cual reconstruí, con letras en lugar de ladrillos, los barrios prostibularios que tantas veces recorrí. Y tan profundamente conocía aquellos lares, que me propuse trasplantar sus habitantes al papel de mi obra. Y así nacieron más de cien personajes, entre los que destaca la protagonista absoluta, que no es otra que Aldonza, una singular prostituta andaluza. Y en la obra estoy, incluso, yo mismo, pues mi autorretrato convive con los otros personajes, lo cual constituye un rasgo más de la originalidad y modernidad de mi obra. Y en ella, no tuve reparo en tratar temas obscenos en un ambiente de ritos mágicos, conjuros y drogas, que se inscribe en la tradición de la novela picaresca, junto con “La Celestina” o el “Lazarillo de Tormes”. Y si mi creación no ocupa el lugar que merece al lado de esas cumbres de la literatura española es, en parte, a causa de la persecución de mi obra, que emprendieron ciertos estudiosos moralistas, que la condenaron durante siglos al infierno de los libros prohibidos, obviando la riqueza de su lenguaje, el ingenio de sus dobles sentidos y el retrato de una época y de un lugar tan principal como es la Roma del Renacimiento, Babel de todas las grandezas, los vicios y las lenguas, en donde habita Aldonza, mi excelsa protagonista, tan ligada a mi fortuna. Y es que mi Lozana Andaluza sufrió la sífilis como yo y sobrevivió como yo a la ira antiespañola tras el saqueo de Roma, gozando al final de la obra de un desenlace feliz, decisión que no me perdonarían jamás aquellos que condenaron mi creación al purgatorio de los libros vergonzosos y obscuros, por no haberle dado un final trágico, moralizante y ejemplar, a mi libre, a mi astuta, a mi querida protagonista.