Ideal Bar

Se dice que nadie muere del todo mientras haya alguien que lo recuerde. Cuando miro hacia atrás en la lejanía del tiempo recuerdo a personas que fueron importantes y muy populares en la vida de nuestra ciudad y cuyos nombres los ha barrido el viento del olvido y a los que la ciudadanía no les hizo justicia. Hombres y mujeres que significaron mucho en una época en la vida cotidiana de los jiennenses y que se fueron sin recibir los honores y el agradecimiento que merecieron por su trabajo, su entrega, su disposición abierta al servicio de una vida mejor de la comunidad. Se me vienen bastantes nombres a la memoria, pero hoy voy a recordar a uno concretamente que, en las primeras décadas del siglo XX ya unió su nombre para siempre al entonces casi recién inaugurado Teatro Cervantes. Pedro Millán Colmenero tuvo a su cargo los ambigús del Cervantes y en el año 1926 le fue traspasado el Ideal Bar, un local popular dentro del edificio más emblemático que tenía nuestra ciudad después de la Catedral. El Teatro Cervantes y el Ideal eran el punto neurálgico, el corazón de Jaén, donde se daban cita todas las clases sociales, aunque unos iban a butacas o a tomar el vermut y el aperitivo en aquel apartado llamado “el submarino”, y otros iban a gallinero y sencillamente a tomarse un chato de vino con unas aceitunas. En el Ideal Bar se celebraban casi todas reuniones, bodas y bautizos. Pedro Millán dio auge al establecimiento que fue creciendo, añadiendo el saloncito y la pastelería y heladería. Después, gestionó el restaurante del hotel Rey Fernando y el bar de la estación de autobuses, amén de abrir un establecimiento de ultramarinos en la calle Hurtado y una confitería.. Al mismo tiempo, sus hijos Juan y Pedro abrieron otros negocios de hostelería en nuestra capital. Un empresario ejemplar, trabajador incansable y una persona humilde, campechana, muy asequible. Tenía yo 16 años y, como aprendiz de Gráficas Morales, cada sábado a última hora de la tarde, le llevaba las minutas de las bodas que entregaba a él personalmente. Me trataba con cariño, sobre todo desde que me confesó que él había sido de joven aprendiz de imprenta como lo era yo entonces. Siempre me demostró su afecto que también compartí con sus hijos Manuel, Juan, Pedro y Chari. Ninguno de ellos está ya con nosotros pero sí están sus nietos a los que dedico este recuerdo.