Iconos políticos de una España incapaz de ponerse de acuerdo

09 may 2016 / 18:00 H.

La muerte de Fernando Álvarez de Miranda, a quien conocí y traté en estos últimos años, me da pie de estribo para esta tribuna semanal. Su perfil biográfico, cuajado en la lucha por las libertades en años de dictadura y oscurantismo y su emblemático cargo como presidente del Parlamento que aprobó la actual Constitución, es hoy un icono de un país que supo ponerse de acuerdo y levantarse en medio del caos y la incertidumbre. Eran los días de la incierta transición, con ruidos de sables en los cuarteles, bombas de ETA que estallaban matando vidas inocentes. Él, junto con otros muchos, dispares en sus posiciones ideológicas pero enlazados por un interés común, evocan un estilo, una manera de hacer política ya olvidada, pero necesaria hoy más que nunca.

Aún recuerdo una de las tertulias vespertinas en su casa, contándome su presencia en el conocido como “Contubernio de Munich”, encuentro al que él asistió siendo joven y en donde fue testigo del abrazo entre Salvador de Madariaga y Gil Robles. “En aquel abrazo se empezaban a reconciliar las dos Españas”, me decía. En aquel encuentro en la capital bávara es en el que se cuajaron perfiles y nombres que, pasado el tiempo, hicieron posible el parto democrático con serenidad y estrategia, con diálogo y pactos realistas, antes que el vil dinero, la coima y el pelotazo se metieran en la clase política española rompiendo sus costuras. Eran gentes aderezadas en el exilio, soñadoras de una España nueva, oteadoras de horizontes por encima de sus propias siglas. Entre todos alumbraron el marco constitucional actual con la presión del Ejército, las zancadillas de la vieja guardia resistente a dejar la camisa azul, la amenaza de ETA y las secuelas de la crisis económica de 1973. Era una clase política capaz de morderse la lengua con tal de llegar a un entendimiento. Era una clase política que hizo capaz que el PSOE abandonara su vestimenta y se revistiera de socialdemocracia; que el PCE deviniera en eurocomunismo y que la derecha se aglutinara en Alianza Popular, evitando el auge de los nostálgicos y golpistas militantes de Fuerza Nueva. Una España que supo abrir mesas de diálogo y pactos.

Nombres como Suárez, Torcuato Fernández Miranda, Herrero Tejedor, Felipe González, Alfonso Guerra, Manuel Fraga, Santiago Carrillo, Marcelino Camacho, Nicolás Redondo brillan hoy más que nunca ante nombres de políticos que engrosan las listas de latrocinio y pillaje, de cloacas fiscales; políticos, otros muchos, incapaces de estar más de media hora dialogando y sacando del laberinto a esta España cabreada y harta del hedor de las cloacas de la corrupción. Aquellos políticos podrían ser de izquierdas o de derechas, pero no dejaban de ser honestos, soñadores, realistas y leales. Aunque se gritaban en el hemiciclo parlamentario, sabían trenzar pactos para que España no fuera a la deriva. Su trabajo les costó y la verdad sea dicha, saborearon muchos de ellos los frutos de su labor.

“Uno de los días más felices de mi vida fue aquel en el que, tras la ceremonia de juramento del Rey Juan Carlos en los Jerónimos, me fui caminando al Palacio de Oriente, atravesando Alcalá, Puerta del Sol, Arenal y Ópera. Me detuve a tomar unos churros en San Ginés y no me creía que podía pasear sin miedo ni escoltas. Éramos libres”, me decía Álvarez de Miranda una tarde de coloquio.

Es hora de reivindicar un nuevo estilo en la clase política; y hacerlo evocando la memoria de estos grandes iconos de la Democracia. Supieron torcer el gesto, amainar los vientos de lo propio y dejar que el país caminara lentamente consolidando lo que a tantos costó, una vida en libertad, por muy difíciles que se haga tener que pactar, pero sin pactos..., vamos a la deriva y el pillaje será el estilo que marque el ritmo político de este país.