Bienvenidos

    17 abr 2016 / 10:20 H.

    Digo yo que para ayudar a las personas necesitadas, como en todo, se tienen que establecer prioridades y calibrar la medida de nuestras posibilidades. En esto de ayudar, San Pablo, aquel portento de esfuerzo y sacrificio por amor a los demás, nos enseñaba, con lógica aplastante, que, como nunca se puede dar a todos, debe existir un orden de prelación en nuestra caridad: primero, las personas, y luego, los animales, pues las personas somos seres racionales hechas a semejanza de Dios, y los animales no; y entre las personas, primero, los familiares de uno, después los amigos de uno, después los compatriotas, y después nuestros hermanos extranjeros, que merecen toda la atención que se pueda, pero la que se pueda. Siendo así, se me hace incomprensible que, con los cientos de miles de parados españoles que hay en Madrid pasándolo fatal —por poner un ejemplo—, la alcaldesa de esa ciudad haya colocado un cartelón en el Ayuntamiento que dice “Bienvenidos refugiados”. Y mi pregunta: si España no puede cubrir lo de los propios españoles, ¿cómo es posible que cubra a un no español? Locuras de la vida. Digo yo.