Homenaje a la Virgen

    15 abr 2022 / 16:08 H.
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    Han pasado muchos años desde que al oír las trompetas que nos despertaban, al sentir ese estruendo musical del himno del maestro Cebrián a Nuestro Padre Jesús, desde que su procesión bajaba por el Cantón cuando entonces salía el desfile Nazareno desde la iglesia de la Merced y enfilaba la Carrera de Jesús, desde aquellos tiempos que reunía a todo el barrio del Cañuelo de Jesús (algunos con el abrigo encima del pijama), de familias enteras: abuelos, padres y nietos, creyentes y no creyentes... Desde entonces durante los años siguientes, el pueblo entero de Jaén aglutinado ha recorrido las calles para ver una y otra vez la procesión más antigua y señera de nuestra ciudad, fundada en
    1588. Dos años sin las imágenes más queridas y significativas sin el recorrido de esta
    cofradía, sin las calles repletas del gentío, sin la emoción sincera del verdadero creyente y de todo el conjunto de personas contagiadas de ese ánimo entre curioso y festivo, que atrae como un imán, se apodera de la multitud y se aloja en el subconsciente creando un clima entre fascinante y desenfadado, estableciendo un estado admirativo, como en un acercamiento a la realidad. Rodin se refería precisamente a la transformación de la escultura como búsqueda de la vida y la verdad trascendente.

    La comunicación entre los seres o la esperanza, asistida por el descanso, el paréntesis de la angustia o de la fe, nos llevan a rehacernos de nuevo, como seres constructivos, transformadores de ideas, forjadores de futuro. Todas las imágenes, las talladas por los más ilustres escultores que desfilan en cofradías o están expuestas al fervor público en catedrales, santuarios e iglesias o capillas, y las representadas en pinturas o cuadros, son vehículos, motor y significado que inciden en un proceso cognitivo y emocional de identificación con lo representado. Recordemos el expresionismo de Goya, el análisis de sus figuras, sus escenas de guerra, que se transforman en una nueva versión de lo real representado.

    La imagen, corpórea o visual, no solo potencia los sentidos, sino que tiene poder interactivo (entre la imagen y el espectador) y se establece un nudo simbólico, un diálogo entre la obra de arte y el receptor de sus significados: como André Breton ya en 1928 en su libro “Nadja”, nos hacía ver la relación entre lo que se desea conocer y lo que le procura la imagen, en un proceso de comunicación entre la percepción y el objeto concreto que podemos conocer e interpretar. La imagen como vehículo del pensamiento se convierte en medio y en fin, es una impresión mental para la perpetuación del recuerdo; ayuda a vivenciar la realidad con la imagen; nos enfrenta la nada con la cosa, de forma paralela a lo que decía Paul Valéry acerca de la expresión del pensamiento con el pensamiento mismo.

    Que Nuestro Padre Jesús hacia el Calvario o “El Abuelo”, como llaman las gentes a los padres mayores (por apego y cariño); que ese fervor o entusiasmo unidos a una extraña conjunción de pandemias, guerra, épocas adversas o carenciales; perduren y nos unan ante tanta fatalidad, y que sigan sin más interrupciones los cantes y la devoción como la saeta popular de Antonio Machado: “¡Cantar del pueblo andaluz,/ que todas las primaveras/ anda pidiendo escaleras/para subir a la cruz!/ ¡Cantar de la tierra mía,/ que hecha flores/ al Jesús de la agonía,/ y es la fe de mis mayores!”.

    O estos versos sueltos en las saetas de Federico García Lorca: “Cristo moreno/ pasa/ de lirio de Judea/ a clavel de España/ ¡Miradlo por dónde viene!/ ....”Cristo moreno/ con las guedejas quemadas/ los pómulos salientes / y las pupilas blancas/ ¡Miradlo por dónde va!.../ “Pero, como el amor,/ los saeteros / están ciegos”/ ...“Sobre la noche verde/ las saetas / dejan rastros de lirio/ caliente./ La quilla de la luna/ rompe nubes moradas”.

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