Gen egoísta

02 feb 2021 / 16:27 H.
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Por suerte para mí creo que tengo derecho a estar triste, pero un rasgo congénito me coloca a años luz de aquellos que son infelices porque han perdido toda esperanza de ser felices en la vida. Siempre entendí que el concepto de felicidad evoluciona con la sociedad y que haber llegado a la edad adulta, habiendo aprendido a gestionar la frustración desde la más tierna infancia, habría de ayudarme a ser feliz mientras viviera. Desde que no siento la influencia de los genes recesivos y dominantes, mi referencia ideal es el gen egoísta que va concatenado a un modo de vida y una forma de pensar consustanciales con mi persona. Entiendo que la mención del gen egoísta pueda sorprender a muchos por parecer un intento vano de reprimir la incertidumbre a la que estamos expuestos. Pero no se sorprenderían si comprendiesen que dicho gen es un regalo del genoma humano. Es cosa sabida que el gen egoísta es algo similar a una habilidad inexplorada, que en mi opinión, nos ha permitido convivir con la naturaleza molecular del optimismo y con un pensamiento positivo capaz de anular todo lo opuesto al gen que nos ocupa. Si oyen decir que el cromosoma que representa al gen egoísta es mi favorito y que cuento con que continúe adhiriéndose a mi vida para que pueda disfrutarla de forma positiva, estarán en lo cierto. La aplicación universal del derecho a ser feliz por derecho propio más que un deseo es una necesidad imperiosa. Hay cosas que no han cambiado demasiado, ni van a cambiar en lo referente a la felicidad, desde tiempos remotos, el ser humano se ha empeñado en complicarse su estabilidad emocional con sucesivas vicisitudes tales como guerras, contaminación acústica, pésima calidad del aire, etcétera, y lo peor de todo es que no ha tocado fondo pues aún tiene que aprender a gestionar la apetencia ligada al deseo de gobernar. Está probado que el gen egoísta faculta al ser humano a ser optimista, siempre que este elimine de su naturaleza la frustrante condición de ver felices a los demás. Connotación que emplaza a hombres y mujeres a caminar por la senda de la coherencia y la generosidad, pero las mismas se borran rápidamente de su campo de visión. En cambio, hay prácticas adaptadas a la teoría que nos reportan una alegría de vivir que mejora sensiblemente el sinvivir diario que genera el no saber qué pasará mañana y quienes serán los afortunados de sobrevivir a los retos de las vicisitudes indeseables. Busco la respuesta en el propósito que nos hagamos de cambio, pero para que ese cambio funcione, tendrá que convencernos a nosotros mismos de que la vida no significa más que el deseo de aportar los medios necesarios para ser felices. La condición humana podría pensar que semejante utopía es irrealizable, pero yo digo que es posible si nos encargamos de no levantar muros que acrecienten las diferencias con un estado real de felicidad. Con el gen egoísta, decrece el ofuscamiento personal y se incrementa la idea de ser feliz, solo hay que plantearlo y si lo hacemos con inteligencia, veremos que la utopía está ahí para conseguirla. Una vez que hayamos digerido que poseemos un gen que transmite las ganas de ser feliz, aún estamos a tiempo de experimentar con él y unirnos física y mentalmente a la próxima generación de seres humanos que se sentirán felices de seguir a su gen egoísta ¡Actívenlo!

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