Ganancias limpias

28 may 2020 / 13:11 H.
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Alguna vez les conté el viejo problema que tenía un vendedor de escobas que vendía a peseta la unidad. El negocio comenzó a irle mal cuando, en la misma calle, se instaló otro vendedor de escobas que las vendía a 50 céntimos, justo la mitad de precio. Al hombre no le salían las cuentas y decidió ir a hacerle una visita a su competidor buscando una explicación y a quien dijo: “No entiendo nada. Yo robo las cañas de los cabos, la palma, las cuerdas y hago las escobas yo mismo, sin gastos. Y para mí es imposible venderlas más baratas, así que puede decirme en confianza cómo puede usted venderlas a mitad de precio”. El colega se le quedó mirando fijamente y le respondió. “Es muy sencillo. Usted roba todo el material para hacer las escobas mientras yo robo las escobas ya hechas”. Y ya se sabe, en los negocios más sucios es donde están las ganancias más limpias. Desgraciadamente abundan los desalmados que no dudan en hacerse ricos a costa del sufrimiento de gran parte de la población. Lo hemos comprobado una vez más durante el azote de la pandemia.

Timadores y estafadores los hay desde siempre en todas partes, agazapados, esperando su momento. Hasta a mí mismo, que no tengo nada importante ni valioso que ofrecer, me han timado, comercializando mis caricaturas y muy diversos materiales, incluso fabricando llaveros, sin que nadie me consultara. Incluso he visto caricaturas mías firmadas por otros avispados. Desde luego nadie se ha hecho rico violando mis derechos porque el negocio no da para tanto, pero intentarlo lo han intentado. Con esto del confinamiento, en que tanto tiempo tienes para mirar algunos cajones olvidados, me he encontrado con una caja llena de pisapapeles que mi inolvidable amigo Alfonso González hacía tras su jubilación, utilizando piedras de río bien pulidas por la corriente, a las que daba una mano de pintura y sobre las que reproducía en tinta china una caricatura de las miles realizadas por mí que él vendía a precio modesto aprovechando el tiempo que le dejaba su entonces reciente jubilación. Pues Alfonso, a quien no conocía, sí vino un día a verme para contarme su proyecto, pedirme permiso e incluso ofrecerme una parte en el “negocio” que yo decliné. Le agradecí su gesto, le prometí mi ayuda y desde entonces surgió una entrañable amistad que duró hasta que Alfonso falleció. Él supo ser leal y agradecido amigo. No paraba de regalarme ejemplares de sus pisapapeles e incluso cuelga en la pared de mi estudio una placa metálica de 1989 en la que Alfonso —entonces alumno de la Escuela José Nogué— había grabado mi propia caricatura. Un hermoso recuerdo de un amigo que siempre llevó el amor por el arte dentro de su alma.

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