Ficción en el año 2039

28 may 2019 / 17:14 H.

Estamos en el año 2039 y en estos días es muy común que, por ejemplo, vayas caminando tranquilamente por la calle y de repente se te cruce súbitamente una desconocida que abra ante ti su gabardina, de par en par, sin que te dé tiempo a apartar la mirada, de modo que te veas obligado a leer el “spoiler” que ha hecho imprimir en su camiseta.

O también puede suceder que vayas a presenciar una película o a leer una publicación y que algún fragmento de su contenido atente contra tus convicciones religiosas, sociales, raciales, sexuales, culturales, morales o alimenticias.

Para paliar estas y otras situaciones similares acaba de entrar en vigor el Real Decreto Ley 11/2039 contra la delincuencia narrativa y para la libertad del espectador, que ha sido promulgado para llenar el vacío legal existente que permitía impunemente la proliferación de situaciones escandalosas y desagradables, “spoilers” y otras conductas inapropiadas que atentaban contra nuestro derecho a consumir historias acordes con nuestras convicciones más íntimas.

De este modo, igual que la carta de un restaurante debe indicar los posibles alérgenos incluidos en el menú, los contenidos de ficción deben especificar en su etiquetado si sus tramas o sus contenidos narrativos contienen trazas de temáticas que puedan entrar en contradicción con los preceptos de alguna de las 425 confesiones religiosas contempladas por la legislación (en total se han contabilizado 16.315 tabúes inviolables y una cantidad similar de irreverencias intocables), o contra las principales ideologías y convicciones morales de toda índole.

Por este motivo, igual que en el sector de la alimentación podemos encontrar leche sin lactosa, hamburguesas vegetarianas o vinos sin alcohol, en el territorio de la ficción se están popularizando últimamente nuevos géneros tales como “gore para veganos” o “porno para puritanos” o incluso “westerns para animalistas” (con equiparación de derechos entre équidos y jinetes).

Y, además, el nuevo Decreto Ley contempla el derecho inalienable de espectadores y lectores a exigir la modificación de los giros narrativos y de los desenlaces, para la adecuación de los mismos a las propias expectativas, si los originales no fueran de su agrado. Por ejemplo, para espectadores que no toleren la frustración se deben incluir versiones edulcoradas de las historias (culminadas con su correspondiente final feliz); e, igualmente, se prevén versiones adaptadas, de todas las historias, para ecologistas, masoquistas, naturistas, integristas, terraplanistas y un sinfín de colectivos. El trasnochado concepto “libertad de expresión” pasó por fin a la historia. Y para poner orden en esta nueva era de contenidos de ficción adecuados a la libertad del espectador, se ha creado la brigada narrativa, que vela por la seguridad y la salubridad de nuestras fantasías. Y que, además de imponer severas penas a esos destripadores de nuestro tiempo que son los traficantes de “spoilers”, han completado con éxito, en las últimas jornadas, una macro-redada contra un comando de guionistas clandestinos especialmente activo, a los que se les han desactivado numerosos hilos narrativos, y se les ha incautado importante material sensible que incluía varios detonantes de desenlaces y potentes clímax finales preparados para estallar.