Fernando Perdiguero III
Una mañana de diciembre llamaron a la puerta de la Redacción. Marciano Andrés, al abrir, se encontró con unas personas que preguntaban por don Álvaro de Laiglesia, no está, dijo Marciano, y tardará como mínimo una hora en venir. “No importa”. Para lo que queremos es mejor que no esté. Fernando Perdiguero, al oír voces, salió y uno de los que habían entrado sacó una pistola y encañonó a los dos. Les instaron a meterse en el baño, donde les tuvieron encerrados y allí empezaron a destrozar todo lo que encontraban a su paso, y portadas originales de la Codorniz de Herreros que adornaban el despacho. Los dejaron salir del baño y en la bañera depositaron la máquina de escribir, volcando en ella un frasco de ácido. Perdiguero, muy nervioso, más bien por la falta de tabaco para fumar, se acercó a ellos y les dijo: “No sé cómo le va sentar esto al Señor Pradera. Cuando se percataron de que don Juan José Pradera podía estar por medio, se fueron pero antes les dejaron encerrados en la Redacción. Álvaro no tardó en llegar, tuvo que abrir con sus llaves. ¡Qué vergüenza! Entre taco y taco se apaciguaron los ánimos. Se fueron a declarar a la Comisaría, cuando salieron les daba la impresión que el comisario se alegraba de lo ocurrido, a pesar de su impresión el comisario cuando se iban les dijo: “Es lo único que se puede leer”.