Falacias económicas
Si un día nos encontramos con la noticia de que Córdoba registra la tasa más baja de España en accidentes de tráfico por carretera, sería una falacia deducir que ello se debe a que sus excelentes servicios ferroviarios absorben la mayor parte de los desplazamientos en el territorio. Igualmente sería una falacia extraer la conclusión de que la baja accidentalidad es consecuencia de la magnífica red de carreteras de que disfrutan los cordobeses. Esta sería, si me permiten utilizar el latín, como madre del español y demás lenguas romances, la falacia “post hoc, ergo propter hoc” (sucede después de esto, luego es consecuencia de esto). El que observemos un hecho cualquiera antes que otro, no demuestra que el primero sea consecuencia directa del segundo. El bajo nivel de accidentes se puede deber a la existencia de transportes ferroviarios alternativos, pero también al diseño de la red de carreteras, a su estado de conservación, a la intensidad del tráfico que soportan, a la densidad de la población del territorio, a la edad media de los conductores y a muchos otros factores, por lo que imputarlo a uno solo nos lleva a cometer una “falacia post hoc”. No olvidemos que la RAE nos dice que falacia es: engaño, fraude, falsedad, mentira, embuste, entre otras acepciones.
Otra habitual es la denominada como “falacia de la composición”, que se produce cuando se cree que lo que es cierto para una de las partes también es necesariamente cierto, solo por esta razón, para el todo. Un ejemplo de esta falsedad sería el siguiente: si ante la inminente llegada de una etapa de recesión económica una familia ahorra, deducimos que podrá enfrentarse mejor a la crisis. Ahora bien, si todas las familias ahorran y las empresas no invierten, se acelerará la depresión y, lo que es peor, se alargará en el tiempo. En suma, lo que es bueno para una de las partes, no lo es necesariamente para el conjunto. Exactamente igual que cuando para ver mejor la culminación de una jugada en un estadio de fútbol nos levantamos de nuestro asiento, pero si todos los espectadores lo hacen es innegable que la visión empeorará. O sea, lo que es bueno para una parte no lo es necesariamente para el todo.
También nos encontramos en economía con la “falacia de la ventana rota”, que sostiene que el hecho de que en temporada de fuertes vientos se rompan las ventanas de las casas es bueno porque para su restauración se moverá el dinero, la industria se reactivará y el empleo crecerá. Esto no deja de ser una falacia, puesto que solo se considera lo que se ve, sin tener en cuenta lo que no se ve, es decir, las oportunidades perdidas, las inversiones que se podrían haber afrontado si se hubiera dispuesto de esos recursos. A este respecto, cabe recordar la afirmación de John Maynard Keynes de que para reactivar la economía bastaría con que grandes cuadrillas de trabajadores abrieran zanjas en el campo y que tras ellos otros equipos las fueran tapando. Es evidente que el economista británico obviaba lo que no se ve, es decir, lo que se podría haber hecho con esos recursos, la utilización alternativa y más eficiente de los mismos.
He traído a colación esto de las falacias económicas al comprobar lo profusamente que se utilizan para obtener conclusiones “interesadas”. ¿Por qué sube la Bolsa? ¿Qué explica el elevado nivel de empleo? ¿Qué consecuencias tienen las fusiones bancarias? ¿Qué repercusiones tienen las altas tasas de déficit o de deuda pública? Hay realidades que a veces se explican de forma distorsionada recurriendo a la falacia.
No olvidemos que el mundo económico es extraordinariamente complejo, que en cada momento son millones las empresas y miles de millones los ciudadanos que toman decisiones de compra, de venta, de ahorro, sin que para analizarlas podamos realizar los economistas experimentos controlados, tal y como hacen los químicos o los biólogos. Esta es la grandeza de la economía, su carácter social, su difícil previsibilidad, la dificultad para hallar leyes económicas incontestables. La otra cara de la moneda es la falacia, el engaño y las mentiras a las que nos podemos ver sometidos.