Epítetos sin dueño

    13 ago 2021 / 16:15 H.
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    Con retraso de un año a causa de la pandemia, resulta que ahora estamos en tiempo de medallas olímpicas y muchos de nosotros, a pesar de la diferencia horaria que lo ha puesto bastante difícil, hemos llevado al detalle la cuenta de las conseguidas por los representantes de nuestro país en cada uno de los deportes en que hemos participado. Al final de los Juegos, el resultado ha sido más o menos aceptable, aunque casi todos hubiésemos deseado algo más, y con ese deseo seguiremos adelante intentando mejorar para la próxima cita. Sea este preámbulo la parte amable de un artículo que ha de ser amargo porque ha sido escrito bajo los rigores de un verano de calor implacable en el valle del Guadalquivir, en el que una vez más nos sentimos cansados de clamar justicia distributiva a las diferentes administraciones que nos tienen olvidados y condenados al ostracismo. Creo que con esto queda dicho gran parte de lo que tenía pensado compartir con los lectores, y como es necesario cumplir con mi compromiso personal de analizar mensualmente aquello que está más o menos en candelero, les propongo un sencillo ejercicio de análisis de aquellas noticias y bulos que están de moda en las redes sociales.

    En primer lugar, circula por internet y WhatsApp una ristra de epítetos que hacen relación a algún que otro personaje de esos que se pavonean de conseguir medalla de oro en todo aquello que emprenden, o sea esas personas, que todos conocemos y de las que hay ejemplos a millares, que intentan ser siempre los protagonistas de la actualidad y sin duda alguna son los más guapos y listos de cualquier grupo, de tal modo que sin ellos nada puede ser perfecto. Los epítetos que mejor cuadran a tal tipo de individuos son fatuo, engreído y soberbio, lo que traducido según el Diccionario de la Real Academia nos hablaría de personas llenas de presunción y vanidad infundada, que están convencidas de que valen más que el común de los mortales y se envanecen de su forma de ser y proceder.

    Luego sería muy conveniente hablar de aquellos que, teniendo responsabilidades de gestión de la cosa pública en cualquier ámbito, ya sea municipal, provincial, autonómico o nacional, son considerados en las redes sociales como incompetentes, mediocres e inconsistentes. De estos hay algún que otro; son esos que habiendo sido elegidos para administrar nuestro patrimonio común y conseguir mejorar la vida de los ciudadanos, resultan ser poco aptos para asumir esta responsabilidad que les hemos delegado, gente de escaso mérito y manifiesta flojera porque en su mayoría han sido cooptados por afinidades políticas, sin tener en cuenta los necesarios méritos y la solidez mental y de formación que requiere cada puesto público. El epíteto que resume a toda esta caterva de individuos es el de irresponsables porque se aferran a los cargos sin tener ningún mérito en su currículo, que muchas veces está falseado.

    Por supuesto que sería necesario desenmascarar a los mentirosos, hipócritas y demagogos que entran en la categoría de falsarios. No hay peor condición que la del mentiroso compulsivo, que es aquel que de continuo falta a su palabra y adapta su discurso a su interés particular en cada momento, aquello que hoy dice no tiene ningún valor porque mañana afirma lo contrario sin ningún rubor, sin necesidad de fingir porque él mismo se cree en cada ocasión lo que está diciendo y cuando ya nadie le da crédito alguno entonces finge que piensa y siente aquello que quiere hacer creer a los demás, por puro interés y sin importarle nada más que su ego y los beneficios que obtiene a costa de halagar a los demás para conseguir sus fines, que no son otros que continuar en el poder a toda costa, aunque para ello sea preciso bordear los límites de la decencia y poner en peligro la democracia.

    Por último, hablemos de aquellos que se definen con el epíteto corrupto, porque han llegado al poder para enriquecerse y se dejan e incluso buscan la ocasión de ser sobornados para dar sentido a su cargo y engordar su peculio. Por desgracia abundan y viven con sensación de impunidad.

    Este es el panorama que tenemos y cada cual aplíquese el epíteto que crea se ajusta más a su trayectoria, aunque todos desearíamos que lo que aquí se dice no fuese cierto, que estas líneas no tienen sentido y que vivimos en el mejor de los mundos posibles.

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