Epitafios

14 may 2019 / 16:39 H.

Somos así. En esta vida hay que morirse para que los demás digan que eras una buena persona. Somos así de intranscendentes, de baladíes y, esta es la verdad, de hipócritas. Está bien porque es prueba de moderación que nadie hable mal de alguien que acaba de dejar este mundo. Pero tampoco hay que mentir. Si no se quiere dar una opinión de alguien, vivo o muerto, lo mejor es permanecer callado. Ni afear conductas negativas ni poner epitafios floridos a quien no se los ha ganado. De todas maneras, a mí me da igual. A mí sólo debe preocuparme mi propia conducta, mi propia conciencia. Y esta conciencia me inclina a ser benevolente y respetar a todos los seres, los humanos y todos los demás. Lo mío, como periodista, es dar opiniones, pero no juzgar, y menos aún a alguien que no se conoce lo suficiente. A lo largo de mi vida, a ruego de buenos amigos, he escrito prólogos y epílogos para muy diversos libros. Y reconozco que algunas cosillas exageré, pero no se peca por ser afectuoso ni un poquito generoso. Lo que nunca he escrito es un epitafio, ni quiero que nadie me lo pida. El epitafio más sincero que se puede escribir en una tumba es “descanse en paz”. Los buenos y los menos buenos merecen alcanzar la paz en la que tenemos puestas las esperanzas los creyentes. Soy partidario de que todos los premios, los homenajes, los honores que merezca una persona se les tributen cuando aún viven para que sus méritos, sus buenas acciones, sean conocidos cuando aún se les puede dar las gracias mirándoles a los ojos. Hay cantidad de honores post muerte a personas que no hemos sabido nada de ellas, hasta que se mueren. Y sería más justo que sus obras las conociésemos antes, cuando aún pueden escuchar la palabra gracias. Ha sido la muerte de Alfredo Pérez Rubalcaba la que me ha llevado a esta reflexión, porque mientras estuvo en vida, en plena actividad en la política, nadie le dedicó tantos elogios como hemos podido ver tras su muerte. Yo le tuve respeto porque intuía en él a una persona honesta, un político realmente demócrata, algo que ni antes ni ahora abunda demasiado. También lo recordaré con ese mismo respeto, agradeciéndole el esfuerzo de intentar que los españoles pudiéramos vivir mejor. No me importan los colores. A la buena gente no se la conoce por llevar en la solapa un lazo del color que sea. A Rubalcaba le escribo este epitafio: Descansa en paz.