Epílogo

27 ene 2016 / 09:28 H.

Cuando se llega al epílogo de un libro, se cierra y ya rara vez vuelve a abrirse. Cuando se llega al epílogo de una vida, tan sólo el recuerdo puede evocarla. El epílogo total de una vida se llama olvido, aunque siempre es tiempo y ocasión para recuperar los recuerdos perdidos.

Es algo que a mí me gusta. Rescatar la memoria de amigos, conocidos o simplemente personas que sembraron buenos frutos en nuestra ciudad que nunca supimos fertilizar. Hurgando en la memoria, me ha venido el recuerdo de un hombre que, aunque nacido en Valladolid, dejó una huella importante en el arte y la cultura jiennense que costó mucho reconocer.

Han pasado 20 años desde que escribía en esta “brisa” sobre Pablo Martín del Castillo, licenciado en Bellas Artes por la Escuela de San Fernando en Madrid y que, tras ejercer en otras ciudades como Zafra (Badajoz), llegó a Jaén en el año 1936.

Yo le conocí cuando fui su alumno, en la década de los 50, en la Escuela Elemental de Trabajo, en la que impartía enseñanzas de dibujo geométrico. Una asignatura imprescindible para la carrera que se estudiaba pero que seguro que a don Pablo, un excelente y creativo pintor, se le hacía tan pesada enseñarla como a mí, que me gustaba el dibujo, sobre todo de humor, aprenderla. Pero él lo hacía con agrado e interés y, a veces, hasta con buen talante, porque tenía un humor particular, algo que provocaba que más de un alumno revoltoso intentase tomarlo a broma. También fue director y profesor de la Escuela de Artes y Oficios, del Instituto Virgen del Carmen y director del Museo Provincial de Jaén. Un día de noviembre de 1996, creo que fue una hija suya, se dirigió a mí para decirme que el día 27 de ese mes se cumplirían 33 años de la muerte de Pablo Martín y que a la familia le dolía que su nombre hubiera caído en el olvido pese a las muestras de su arte pictórico que dejó en nuestra ciudad y de las que aún existen testimonios. Era una injusticia y, no podía ser de otro modo, me hice eco de este lamento y publiqué unos datos de la vida artística de este hombre. Es más, pedía en mis comentarios, que Jaén diera su nombre a una de sus calles. Años después, Pablo Martín del Castillo tuvo —y tiene— su nombre incluido en el callejero jiennense. Hombres como él nunca deberían tener un epílogo que cierre su recuerdo.