Entre las olas

    13 oct 2025 / 16:17 H.
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    Mirar al mar durante suficiente tiempo nos otorga una demora contemplativa, un salvavidas de la ajenidad. Podemos convertir la naturaleza en una pintura que al espectador le permita estar centrado en sí mismo. La vida no es una sucesión de fotogramas donde somos bombardeados por información, datos que, aunque no mientan, tampoco tienen alma. Por el contrario, vivir es contemplar mil veces el mismo retrato, omitiendo las sombras del vestido cuando eres pequeño hasta intentar descifrar la mirada una vez que te reconoces como adulto. Vivir deprisa nos deshumaniza, postrados a la necesidad de formar una imagen para el mundo, falsable y vacía; en lugar de examinar cómo nos sentimos nos individualizamos y cuantificamos. Hay personas que nacen y mueren en la misma calle, y entre los mismos portales habrán vivido mil vidas, cubriendo las mismas escaleras de pensamientos y escuchando historias que descansaban bajo los conocidos tejados. En la pausa de saber mirar está saber encontrarse, en saber contar historias reside poder empezar a disfrutar de la propia existencia, no como una sucesión de segundos sino como una recolecta de instantes.

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