En busca del alma perdida

    07 nov 2016 / 12:09 H.

    Mañana día 8 que se celebra el Día Mundial del Urbanismo, en el que se reconoce el papel de la planificación en la creación y manejo de comunidades urbanas sostenibles, debiéramos hacer un punto y aparte y reflexionar acerca de si en Jaén nuestra ocupación del territorio, nuestra estética urbana y nuestra arquitectura están a la altura de como se ha considerado tradicionalmente a ésta última, una de las siete Bellas Artes. Existen situaciones, cíclicas en la mayoría de los casos, en las que por diferentes motivos no es posible acometer modificaciones de calado, en lo que al ordenamiento urbano de las ciudades se refiere. En ocasiones es la falta de masa crítica (población) en otras las menos, son las dificultades orográficas, a veces la ausencia de consenso entre los órganos decisorios, muchas otras son las situaciones de crisis macroeconómica como la vivida, o micro, como la que desde hace ya muchos años venimos padeciendo en nuestro consistorio y soportando en nuestras carnes; las que convierten en innecesaria la estrategia de multiplicar las extensiones para la urbanización y/o edificación en los pueblos. Esta situación viene ocurriendo en Jaén desde que en sus orígenes esta encrucijada natural sobre la que se asienta, se convirtiera en enclave de obligado paso hacia la meseta castellana. Se han sucedido modificaciones a lo largo de la historia que han dado lugar al Jaén que hoy día tenemos. Todas y cada una de ellas realizadas con los recursos disponibles en cada una de las diferentes épocas y muy distintas en cuanto al resultado y estilo que ofrecen al actual Jaén contemporáneo. Se dice que las ciudades tienen alma cuando han sido concebidas como lugares donde poder vivir naturalmente. Jaén que fue fortaleza, que fue muralla, que fue arrabal, que fue palacios y que fue refugio, siempre tuvo el alma amable y hospitalaria en su afán por conseguir que las personas que en ella residían, encontraran en sus viviendas el lugar definitivo donde crecer y vivir. Jaén siempre tuvo un alma gentil con el entorno y de color bistre (sepia) como la llamó el novelista francés Alejandro Dumas. Debiéramos preguntarnos qué alma vive actualmente en un entramado urbano que ha padecido un afán reformista deslavazado, dispar y alejado de la sostenibilidad. Debiéramos reflexionar sobre si hemos creado espacios con sentido donde los jiennenses puedan desarrollar todo tipo de actividades y fundamentalmente cuestionarnos, en qué estamos contribuyendo a título particular con nuestros negocios a pie de calle, con la decoración, la señalética, la limpieza y la accesibilidad a que Jaén conserve sus valores tradicionales más positivos y recupere su identidad, aportando a los ciudadanos el bienestar que merecen. Convencido de que la evolución de las personas está irremediablemente unida a la evolución de las ciudades que habitan. Seguro de que las personas progresan en equilibrio con el entorno que las acoge, se torna imperativo que entre todos comencemos a exigirnos un Jaén más bonito, más acogedor, más racional y más limpio. Y hemos de tener claro que cuando no existen recursos para mejorar el continente hay que poner el foco en el contenido. En este caso el compromiso debe ser común y compartido entre los ciudadanos y los que tienen el deber y la responsabilidad de gestionar lo público. Que las fértiles tierras de cultivo y los extensos olivares que rodean nuestra ciudad, nuestro “mar de olivos” se pongan sus mejores galas ante la Unesco, para ser reconocido con la catalogación de Paisaje Cultural del Olivar y Patrimonio Mundial de la Humanidad, es una acción diferenciada que aporta valor y que a futuro generará visitantes. Curiosos e interesados que habrán de pasear por nuestras calles, hospedarse en nuestros hoteles, aparcar en nuestros parkings, consumir en nuestros cafés, visitar nuestros monumentos y museos, comprar en nuestros comercios, hacer deporte en nuestros bulevares o besarse en nuestros parques. Curiosos e interesados, turistas en definitiva, a los que recibirá una ciudad que actualmente y aunque nos pese a los que la amamos, pareciera no tener alma.