En Arca de plata...

09 abr 2020 / 16:27 H.
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En los días previos, en la iglesia todo era un ir y venir de gentes... Dirigidos por el sacristán los hombres más mañosos iban ascendiendo aquel dosel grandioso de tela encarnada que desde los espacios altos del entablamento del retablo dejaban caer en sus profundos pliegues solemnes hasta el suelo. Algún carpintero del barrio iba montando aquel armazón que serviría de estrado para sostener tantos objetos.

Las mujeres más piadosas iban ordenando los lirios, las calas recogidas de los arriates de los jardines, las primeras cilindas de la primavera en grandes jarras de plata que antes habían sido frotadas con tesón y que ese día brillaban más que el sol, mientras los mozos más avispados iban raspando los filos de los enormes cirios dorados para encajarlos en los casquillos de las decenas de candelabros.

Aquel tenderete se iba plagando poco a poco de manteles, reposteros, encajes, jarras cuajadas de flores y candelabros sosteniendo cirios muy rectos. En las gradas más bajas se colocaban las sacras más lujosas y las bandejas demandaderas que simulaban espejos. Terminada la faena, el acto final se producía cuando el sacristán con paso pausado ascendía solemnemente por las gradas decoradas y colocaba aquel enorme sagrario de plata que solo se sacaba una vez al año para presidir el monumento.

Macetas de pilistras y otras con el trigo recién nacido en recuerdo del pan eucarístico, circundaban el lujoso altar. En los lados, sendas jaulas de jilgueros daban sonoridad al conjunto mientras, espesas humaredas de incienso empapan el ambiente.

La chiquillería se agolpaba en la puerta de la sacristía para “limpiar las botas” a los judíos de dos de las escuadras de la Cofradía de la Santa Vera Cruz. El cofrade más anciano contaba en la plazoleta de San Ildefonso la historia de aquella procesión de rogativas para pedir agua de los campos secos durante años y que cuando el Señor llegó a las Eras de Belén un gran rayo acompañado de una gran tormenta desarmó la procesión llamando desde entonces a
ese Cristo “El Señor del Trueno”. La Virgen de los Dolores con su manto de estrellas de plata,
luce su corona y media luna de plata también más que nunca, mientras el corazón se le traspasa de cuchillos sin poder atender a su desconsuelo.

Las mujeres jaezadas con negra mantilla, lucen sus bolsos de concha negra, mientras agarradas del brazo de esposos y novios, muestran orgullosas sus doradas saboyanas plagadas de
perlas y esmeraldas.

La primera estación, pues había que visitar cinco iglesias y monumentos en recuerdo de las Cinco Llagas del Señor, se hacía a la Iglesia de San Bartolomé, Allí se encontraba ya preparado en su bello paso lacado en blanco, el Cristo de la Expiración sobre un monte de lirios morados, clavando el Cristo su mirada hacia las cúpulas del templo. Las hermanas Anguita detallan los últimos detalles de su Virgen, prendiendo en sus manos un enorme pañuelo rematado de bolillos. Es Jueves Santo en Jaén. El de antes y el de ahora, el de siempre y el de siglos.

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