Emulando a Moreau

23 nov 2019 / 11:21 H.
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Cuando el panorama informativo del país está copado por las idas y venidas de nuestros políticos hay historias que pasan como un soplo perdido en la vorágine de los noticiarios. Uno de ellos es la creación, por parte de un equipo de investigadores españoles de “quimeras” de humano y mono en un laboratorio de China. Hemos leído bien. El fin se antoja excelente: convertir a animales de otras especies en fábricas de órganos para trasplantes en humanos. Las quimeras, aquellos monstruos de la mitología griega, mezcla de cabra, dragón y león por cuyas fauces lanzaban fuego, han vuelto. Este equipo español ha modificado genéticamente embriones de mono para inactivar genes esenciales en la formación de sus órganos inyectado después células humanas susceptibles de generar cualquier tipo de tejido.

También están sobre la mesa estudios a partir de roedores y cerdos. Toda esta experimentación nos enfrenta con la escalofriante posibilidad de que determinadas células escapen y forman neuronas humanas en el cerebro de un animal. ¿Qué tipo de conciencia alcanzaría esa nueva vida?

Imaginar este tipo de “seres” podría acercarnos al universo del Doctor Moreau en aquella isla nacida de la pluma de H. G. Wells a no ser por una línea roja que los investigadores se han marcado: 14 días de gestación a partir de los cuales se interrumpe el proceso.

Esa línea roja, esas dos semanas, no dejan posibilidad de que se desarrolle el sistema nervioso central humano, pero abren un mundo de posibilidades al convertir a los animales en incubadoras de órganos para ser trasplantados. La ciencia avanza por terrenos antes reservados a la divinidad. Crear vida ha sido siempre nuestra aspiración: desde Frankenstein al chavalín de “Inteligencia artificial” o a los espeluznantes clones de Hitler en “Los niños del Brasil”, el cine nos ha ido abriendo la espita de un futuro compartido con seres mitad humanos, mitad metal/animal/o luz. En ocasiones como llamada de atención a las “locuras” del científico de turno, pero en otras como una esperanza para superar enfermedades mortales.

Los permisos para ese “jugar a Dios” no se conceden a la ligera, pero “humanizar” a cerdos, ratones, monos o cualquier otra especie que pudiera ser compatible con nuestra biología no deja de producirnos un estremecimiento que nos hace dudar de ese futuro que se abre ante nosotros. De todos modos, es cierto que, cada cierto tiempo, los baremos éticos y morales evolucionan y hacen que lo que en un momento nos pareció inaceptable se vea después como esencial. Solo 14 semanas nos separan de una nueva especie. Pero ¿y si seguimos adelante con esa gestación? ¿Seremos humanos o animales? Lástima que no podemos preguntárselo a Moreau.

La experimentación con animales, aparte de los órganos para trasplantes, ofrece avances como el estudio en ratones de las anomalías visuales derivadas de enfermedades raras o los múltiples experimentos sobre el cáncer. En España se ha reducido el número de animales en experimentación en un 30 %. La normativa europea prohíbe, no obstante, el uso de animales para testar los efectos de los cosméticos y obliga al uso de métodos alternativos siempre que sea posible. Es en los protocolos de bienestar animal, por tanto, donde la legislación ha de poner hincapié. Algo que Moreau nunca tuvo en cuenta.

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