El virus del capitalismo

10 sep 2020 / 17:34 H.
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Las crisis —cualquier tipo de ellas— se presentan como oportunidades de oro para disculparse ante el público, y por circunstancias imponderables lavarse la cara aumentando la oferta frente a la demanda, o viceversa, según se vea, rebajando los precios y los costes de producción. Se trata de abaratar el despido, gran caballo de batalla de las últimas décadas, ya que el neoliberalismo que nos rige desde principios de los años 80 pretende adelgazar al máximo la intervención del Estado en los asuntos económicos, desregulando los convenios laborales y las coberturas sociales que amparan a los trabajadores. De este modo, las empresas medianas y las multinacionales, cada una a su nivel, deberían regularse por sí solas, sin más objetivo que el propio crecimiento exponencial de sus ganancias. Un mercado global en el que, como en la naturaleza, impera la selección natural y la ley del más fuerte, el pez grande que se come al chico, etcétera. Además, se nos muestra como la única alternativa posible, porque así es el ser humano. Egoísmo de cabo a rabo.

Si algo está quedando claro en medio del marasmo de esta crisis sanitaria, en la marabunta de este caos, es que hace falta más Salud Pública, es decir, que el Estado actúe en las emergencias. Ahora bien, no sabemos, ni nadie lo sabe, si saldrá más reforzado o servirá también para que el capitalismo se autojustifique y exponga una vez más que es innecesaria su presencia, o casi superflua porque, ojo, este capitalismo financiero que nos configura tampoco puede sostenerse si dejara de existir el Estado, o si dejaran de existir los pobres, los desempleados o las capas populares desfavorecidas. No, no. A este sistema le interesa —y mucho— mantener esas bolsas de desprotegidos, y hacer su agosto, ahora que ya estamos en septiembre, en esas fluctuaciones. De hecho, asombra ver cómo devora y convierte en negocio todo lo que toca, empezando por donde más duele, que es la salud, auténtico rey Midas del siglo XXI. Mascarillas, hidroalcoholes, guantes, detergentes, mil y un plásticos y protocolos y medidas de seguridad que han generado gastos e inversiones. El coronavirus se vislumbra como una coyuntura ideal para amasar —digamos— unos cuantos miles de millones inesperados, amontonarlos en cualquier otro paraíso fiscal, y dar paso a una nueva época de biotecnología, que antepone la estética a la ética, y que no pone reparos a la hora de hacer de su capa un sayo. Con los muertos no se juega, o sí.

El altruismo se mira en el espejo para hacerse un selfi. Mientras tanto, a nivel colectivo en España se prepara una fusión inevitable que superará todas las expectativas, porque dejarán de jugar en la liga nacional, compitiendo por otras supremacías bursátiles. Acumular o no acumular, esa es la cuestión, y por tanto la cosa se sigue acumulando... Desde que se inyectó dinero en Bankia, no obstante, hemos visto cómo esta excaja de ahorros ha ido fusionándose y engordando, sin devolver un solo céntimo a todos aquellos que en su día aportaron —aportamos— un granito de arena para salvaguardar la estructura bancaria española. ¿Lo harán ahora? Por aquellos esfuerzos de entonces, ¿se recompensará a esa gente de la calle, esas personas normales y corrientes que hacen cuentas para llegar a fin de mes? Pero de qué estamos hablando, ¿del virus del capitalismo, o del capitalismo como virus?

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