El talento no basta
Tengo un buen amigo, técnico de obra civil con más de veinte años de experiencia en proyectos de urbanización y edificación pública en la provincia de Jaén. Durante años ha sido considerado una referencia en el sector por su conocimiento profundo del terreno, su precisión en la lectura de planos y su capacidad para coordinar equipos de obra. Sin embargo, cuando comenzaron a generalizarse las soluciones digitales de modelado, la supervisión remota de obra y el uso de drones para mediciones topográficas, mi querido amigo optó por mantenerse al margen. “A mí nadie me va a enseñar ahora cómo se levanta una estructura”, solía decirnos con orgullo.
Mientras tanto, las constructoras locales han empezado a buscar perfiles capaces de trabajar en entornos colaborativos digitales, con habilidades en software de gestión de obra, análisis de datos o herramientas de simulación. En menos de tres años ha dejado de recibir llamadas para nuevos proyectos. Su expertise, aunque valioso, ya no parece suficiente. La industria no solo ha cambiado; lo ha hecho a una velocidad para la que él no está preparado. La realidad es que no lo han dejado atrás por falta de talento, sino por falta de evolución.
La realidad es que la inteligencia artificial, la automatización y la globalización están redefiniendo el trabajo y, con ello, nuestras trayectorias profesionales. Según McKinsey, para 2030, actividades que representan hasta el 27% de las horas actualmente trabajadas en la economía europea podrían ser automatizadas.
En ciudades como Jaén, donde los perfiles laborales de hace solo cinco años ya no encajan del todo en las demandas actuales, esta transformación se hace palpable. La adaptabilidad se ha convertido en una habilidad clave. Más allá de los másteres o las certificaciones, hoy se valora la capacidad de aprender, desaprender y volver a aprender. Sin embargo, adaptarse no es solo cuestión de adquirir nuevas habilidades técnicas. También implica una profunda introspección y la disposición a cuestionar nuestra autoimagen profesional.
Y es que, vivimos en una era donde la única constante es el cambio. El entorno BANI —frágil (Brittle), ansioso (Anxious), no lineal (Nonlinear) e incomprensible (Incomprehensible)— refleja una realidad más caótica y emocionalmente exigente, donde las estructuras rígidas se quiebran con facilidad, la ansiedad colectiva se intensifica, los eventos no siguen una lógica predecible y la comprensión total de los fenómenos se vuelve esquiva.
La adaptabilidad se consagra como una de las habilidades fundamentales para prosperar en el futuro del trabajo, junto con la resiliencia, el liderazgo personal y la inteligencia emocional. Estas competencias nos permiten añadir valor más allá de lo que pueden hacer los sistemas automatizados, operar en entornos digitales y adaptarnos continuamente a nuevas formas de trabajo y ocupaciones.
En una provincia como la nuestra, donde conviven tradición y modernización en sectores como la construcción, el agro o la industria, se valoran cada vez más los perfiles que saben hablar el idioma del oficio, pero también el del dato, el software y la conectividad.
Por ello, invertir en uno mismo es la mejor estrategia profesional. Cursos cortos, formación técnica especializada y familiarización con herramientas digitales no son lujos, sino inversiones necesarias. No evolucionar ya no es una opción, es un riesgo real.
La apertura al aprendizaje constante, incluso en etapas avanzadas de la carrera, es clave para seguir siendo relevantes.
Lo que le ha ocurrido a mi amigo no es un caso aislado, sino un reflejo silencioso de lo que puede suceder en muchos otros sectores estratégicos de nuestra tierra.
Su ejemplo evidencia que, incluso siendo un referente, quedarse al margen de la evolución tecnológica puede llevar a la desconexión total del mercado laboral en apenas unos años. Es un aviso que todos los profesionales debemos tomar en serio.