El saber sí ocupa lugar

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Cuando aún se respira olor a puro papel y a libros recientemente homenajeados, recuerdo una frase que en mi casa de pequeña se repetía con bastante frecuencia: “Niños el saber no ocupa lugar,” nos aleccionaba nuestra madre con el único afán (pienso ahora) de que fuésemos aplicados y estudiosos. Con el tiempo, cuando he visto bibliotecas fastuosas por el mundo o virtualmente, he pensado que sí, que mi madre no matizó del todo bien esa frase. El saber sí ocupa su lugar. Mucho lugar; tanto físico como mental, pues cuando una idea penetra en nuestro cerebro con fijeza nos hace decir o actuar de la manera preconcebida que hayamos decidido realizarla. La mente es prodigiosa y el estudio y los libros nos hacen concebir planteamientos o pensamientos dispares, que aceptamos, que cumplimos fehacientemente casi con un impulso desmedido que no sabemos por dónde nos viene o por qué esa desazón tan inmediata y certera que nos atrapa. Hacer, actuar o pensar de tal o cuál manera es algo insólito al pensamiento humano, irreversible, que sufrimos o celebramos según sus consecuencias. Por tanto, el saber sí ocupa lugar, pero un lugar previsible.

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